17 septiembre 2007

Este blog ahora está en wordpress

http://cheever.wordpress.com/

Actualicen sus navegadores.
Sin cambios no hay evolución.

13 septiembre 2007

La familia Wapshot en tiramillas.net


John Cheever (1903-1982) es un escritor maravilloso. La crítica americana más afecta a la línea vanguardista de Barth o Pynchon lo minusvalora por 'tradicional', pero permítasenos que pasemos esas opiniones por alto y lo situemos entre los grandes de la literatura contemporánea. Un ejemplo son estas dos novelas, recogidas por Emecé -que ya ha publicado un volumen de cuentos del escritor estadounidense- en un tomo y consideradas las mejores de John Cheever; no en vano, la primera de ellas recibió el prestigioso National Book Award en el año 1958. La saga de los Wapshot engarza con la mejor tradición de Dickens y Henry James, pero con el toque ácido y moderno de la película "American Beauty". Y todo ello con una prosa tan eficaz como desarmante. En resumen, el mejor modo de acercarse a un escritor cuya vida estuvo marcada por la depresión y el alcoholismo y que supo retratar como nadie la vida de los barrios residenciales americanos.

¿Cuentos Completos, completos?

Esperemos que sí, y en castellano. Así lo cuenta El Periódico.com aquí:

editorial Proa, al menos, ha anunciado la próxima publicación de los Cuentos completos de John Cheever, una ocasión para tirar cohetes.

La editorial no da más detalles. Esperamos impacientes...

de Proust

Observándose de lejos, con mirar irritado,
morirán los dos sexos, cada uno por su lado.

30 agosto 2007

La geometría... en Lector mal-herido

Suelo dejar los prólogos de los libros para el final, más que nada porque cuando acabo el libro, como el prólogo está situado al principio, se me olvida leerlo. Odio los prólogos. Te dicen lo que tienes que pensar del libro, te señalan sus virtudes y las páginas en las que tienes que emocionarte. Los prólogos son nocivos, sabihondos, sabiondos, repelentes. Además, suelen estar escritos por expertos y fanáticos de la obra, lo que crea en ésta un efecto similar al que produciría un comediante que empezara así los chistes: ¡Con este os vais a partir de risa!

El pis no tiñe de rojo las piscinas




Gafas de sol, copa, colchoneta y The sound of silence. Cuando el señor Braddock rompe la magia estival y le pregunta a su hijo qué hace, Benjamin (Dustin Hoffman) contesta displicente: "Dejándome llevar, aquí en la piscina". El problema es que las aguas quietas de piscinas como las de El graduado (Mike Nichols, 1967) no llevan a ningún sitio. De hecho, son metáforas del estancamiento.

El mismo año que el mundo conoció a la señora Robinson, David Hockney congeló en A bigger splash las piscinas californianas: perfectos rectángulos celestes con bordillos rosas. La de El graduado se ajusta al canon pop, pero la otra alberca mítica del cine está en blanco y negro. La localización sí es correcta: "Estamos en Sunset Boulevard, Los Ángeles, California". Así comienza El crepúsculo de los dioses (Billy Wilder, 1950). Lo dice William Holden con voz en off, ya que su cuerpo flota boca abajo. Desde esa primera línea hasta la última -"estoy preparada para mi primer plano", de Gloria Swanson-, la película se desenvuelve implacable como una obra maestra. Cuando Wilder encontró la mansión digna de Norma Desmond (era la casa de la segunda mujer de Paul Getty, que la heredó en el divorcio), sólo faltaba un detalle: no tenía piscina. El director cavó el agujero, pero no instaló un sistema de depuración, por lo que el hoyo sólo se usó otra vez más, por los personajes de Rebelde sin causa (Nicholas Ray, 1955) que discutían en su vientre seco y vacío.

Las aguas estancadas han servido en el cine como tumbas líquidas. Mala idea. Que se lo digan a Las diabólicas (Henri-Georges Clouzot, 1955), amante y esposa de un cadáver que no se está quieto bajo el agua. En el bordillo de La piscina (Jacques Deray, 1969), Alain Delon le quita el bikini a Romy Schneider entre risas y forcejeos, pero su felicidad se rompe con la visita de un ex amante de ella y su hija (una jovencísima y larguirucha Jane Birkin que palidece ante la belleza compacta y treintañera de Sissi emperatriz). La espectacular alberca de Saint Tropez es protagonista y escena del crimen de este filme plagado de frases demasiado francesas ("no me gusta el verano, prefiero las estaciones intermedias", dice Schneider). El mensaje viene a ser: no te zambullas en la piscina del prójimo.

En la argentina La ciénaga (Lucrecia Martel, 2005) la piscina es un pozo donde se ahoga (emocionalmente) una familia demasiado perezosa para dar la brazada final que los saque de sus disfunciones. A pesar de ser una película fría y distante, se pasa un calor terrible y casi se puede oler cómo se pudren el agua y las relaciones. Pero de todas las piscinas, las más tristes son las de El nadador (Frank Perry y Sidney Pollack, 1969), donde Burt Lancaster es un Narciso de mediana edad, que viéndose aún maravilloso en sus pantaloncillos de baño, decide cruzar el condado a nado de chalet en chalet. La historia, sacada de un relato de John Cheever, mezcla costumbrismo y surrealismo alegórico. El río artificial formado por las piscinas es un viaje existencial al fondo del sueño americano. A medida que cruza propiedades, el nadador pierde fuelle y el verano se acaba en un solo día. ¿Qué ha ocurrido? Bajo la perfecta y calma superficie de espejo que soñó América yace la imposibilidad de acotar el mar.

El País

P. G.
17/08/2007

18 julio 2007

Sí, novelas

(págs. 37-39)

Sí, novelas, pues no voy a adoptar esa poco generosa y poco política costumbre, tan común en los que escriben novelas, de denigrar con su despectiva censura las mismas manifestaciones cuyo número están ellos mismos incrementando, haciendo frente común con sus mayores enemigos al lanzar los más duros epítetos contra tales obras y no permitiendo casi nunca que las lea su propia heroína, la cual, si por casualidad coge una en sus manos, siempre hojeará sus insípidas páginas con desprecio. Porque ¡ay!, si la heroína de una novela no es defendida por la de otra, ¿de quién puede esperar protección y consideración? ¿Cómo no vamos a sublevarnos contra esto? Dejemos que los periodistas censuren a sus anchas tales efusiones de la fantasía y ante cada nueva novela repiten los manidos y tontos argumentos con que la prensa gruñe en la actualidad. No nos engañemos ante nosotros: somos un cuerpo vituperado. Aunque nuestras producciones han gustado a más gente de modo esponta´neo que las de cualquier otra corporación literaria del mundo, ningún otro tipo de literatura ha sido tan criticado. Por causa del orgullo, la ignorancia o las modas, nuestros enemigos son casi tan numerosos como nuestros lectores, y mientras que el talento del enésimo compilador de la Historia de Inglaterra, o de quien reúne en un volumen y publica una docena de líneas de Milton, de Pope y de Prior con un artículo del Spectator y un capítulo de Sterne, recibe los elogios de un millar de plumas, parece existir un deseo casi general de criticar la capacidad del novelista, menospreciar su obra y restar mérito a los escritos de quienes no tienen otra recomendación que su inventiva, su buen gusto y su genio. "No soy yo lector de novelas..." "Rara vez leo novelas..." "No vaya usted a creer que yo leo novelas..." "No está nada mal para ser una novela..." Tales son los tópicos más frecuentes. "Y ¿qué está usted leyendo, señorita...?", "Bah, ¡no es más que una novela!", replica la joven dejando a un lado el libro con afectada indiferencia o momentánea vergüenza. No es más que Cecilia, Camilla o Belinda: en resumidas cuentas, no es más que una obra en la que se manifiestan las más nobles facultades del espíritu, una obra que transmite al mundo el más profundo conocimiento de la naturaleza humana, la más acertada descripción de sus variedades, las más animadas muestras de ingenio y de humor con el lenguaje más escogido. Ahora bien, si la misma joven hubiera sido sorprendida leyendo un tomo del Spectator en lugar de tal obra, ¡con qué orgullo habría mostrado el libro y pronunciado su nombre! Aunque existen pocas probabilidades de que una joven se interese lo más mínimo por esa intrincada publicación, cuyo contenido y estilo no pueden sino desagradar a los jóvenes de buen gusto, al consistir lo esencial de sus artículos en la exposición de circunstancias improbables, personajes poco naturales y temas de conversación que ya no interesan a nadie que esté vivo, y todo ello en un lenguaje a menudo tan tosco que produce una impresión muy poco favorable de la época que pudo soportarlo.

La abadía de Northanger
Jane Austen

ALBA, 2006
Traducción: Guillermo Lorenzo

Residencia de Jane Austen en Bath

09 julio 2007

en La contravida de Philip Roth


(páginas 347-349)

-Me dice Maria que es usted una gran lectora de Jane Austen -dije.
-Bueno, llevo toda la vida leyéndola. Empecé a los trece años con Orgullo y prejuicio, y no he parado desde entonces.
-Y ¿cómo así?
Esto último provocó una sonrisa glacial.
-¿Hace mucho tiempo que no lee usted a Jane Austen, señor Zuckerman?
-Desde la universidad.
-Pues vuelva usted a leerla, y comprenderá por qué la leo yo.
-Lo haré, pero lo que le pregunto es qué obtiene usted de su lectura.
-Recoge fielmente la vida, y lo que dice de ella es muy profundo. Me entretiene muchísimo. Los personajes están muy bien. Me gusta mucho el señor Woodhouse de Emma. Y el señor Bennet de Orgullo y prejuicio, también. Me gusta mucho la Fanny Price de Mansfield Park. Cuando regresa a Portsmouth, tras haber vivido con los Bertrams a todo tren y con toda elegancia y vuelve con su familia y queda tan impresionada por su miseria... A la gente le parece eso muy rechazable y todo el mundo dice que es una snob, pero será porque yo también lo soy, supongo, pero me identifico con ella. Es así como hay que comportarse, si vuelve uno a caer en un nivel de vida muy inferior.
-¿Cuál de sus libros le gusta más?
-Bueno, supongo que siempre me gusta más el que estoy leyendo en ese momento. Los leo todos cada año. Pero, a fin de cuentas, es Orgullo y prejuicio. El señor Darcy es muy atrayente. Y también me gusta Lydia, con todo lo alocada y lo tonta que es. Está muy bien retratada. Conozco a tantas personas así, ¿comprende usted? Y ni que decir tiene que me identifico con el señor y la señora Bennet, con tantísimas hijas por casar.
No fui capaz de determinar si esta última afirmación constituía una especie de golpe alevoso, si la buena señora era una mujer peligrosa o se estaba comportando beatíficamente.
-Lamento no haber leído sus libros -me dijo-. No leo mucha literatura norteamericana. Me supone un gran esfuerzo entender a los personajes. No los encuentro atrayentes, ni puedo identificarme con ellos, me temo. En realidad, no me gusta nada la violencia, y la hay a raudales en los libros norteamericanos. Por supuesto, no en Henry James, que me gusta mucho, aunque supongo que a duras penas cabe incluirlo entre los norteamericanos. En realidad, es un observador del ambiente inglés, y creo que en realidad se le da muy bien. Pero ahora lo prefiero en televisión, me parece. Tiene un estilo más bien ampuloso. En televisión, cuando ves sus libros, van al grano mucho más deprisa. Hace poco pusieron El expolio de Poynton, y ni que decir tiene que me interesó especialmente, dada mi afición a los muebles. Lo hicieron estupendamente bien, me pareció. También pusieron La copa dorada. Lo pasé muy bien. Es un libro larguito. Sus libros, los de usted, están publicados aquí, ¿verdad?


La contravida
Philip Roth

Traducción de Ramón Buenaventura
De Bolsillo - Contemporánea
Primera edición Abril 2007

03 julio 2007

una tumba



First Parish Cemetery

Norwell
Plymouth County
Massachusetts, USA

Fotos de www.findagrave.com

02 julio 2007

¿Qué escritores le interesan?

Updike y su familia en Ipswich, en 1966
Entre los maestros del relato breve, el más grande para mí es John Cheever. Fue un poco mi padre literario y le echo terriblemente de menos. Era un hombre atormentado, con un humor muy ácido y una agilidad mental extraordinaria.

Entrevista a John Updike
EPS
El País Semanal
Número 1.605
Domingo 1 de julio de 2007



01 julio 2007

La feria del mundo E. L. Doctorow

(páginas 72-74)

La playa de Rockaway en 1936: monoplanos de alas enormes arrastraban lentamente banderas con el alfabeto por el cielo. Las olas traían medusas muertas y conchas de cangrejos de herradura boca arriba como tazones vacíos. En la fría y oscura arena, cerca del paseo de tablas, tropecé con un verdadero jardín de aquellas cosas aplastadas. Eran rígidas, desagradables al tacto, estaban pegadas unas a otras y olían mal. Todo lo del mar olía mal, bulbosos y aceitosas marañas de algas verdes, medusas, moluscos medio comidos y aquellas cosas de goma blanca de debajo del paseo de madera. Cogí una.

-¡No la toques! -dijo mi hermano-. ¿Es que no sabes lo que es eso? ¿Eres idiota?

¡Ah, qué vida rugiente y acribillada por el sol la de la playa! Diminutos agujeros que soltaban burbujas en la arena. Aves con las patas como palillos de dientes que hacían frente al golpe de la ola. Gaviotas que se cernían y planeaban frente a la orilla. Donald y yo corrimos hasta el recinto sombreado de los soportales del paseo de tablas. Soplaba el viento marino a través de los salones de juegos abiertos. Estábamos descalzos, y lanzamos bolas de madera por las rampas e hicimos girar la rueda para que la excavadora en miniatura de la jaula de cristal agarrase el premio. Queríamos el cortaplumas de verdad, y el encendedor de plata. Sólo conseguimos bolas de chicle.

Tengo arena en la entrepierna. Me estoy poniendo rojo; el sol me está hinchando. Como sandwiches encima de la manta y bebo Kool-Aid de cereza, que es como Jell-O líquida. Sólo se habla a gritos; el ruido de las olas es atronador. Temo a dos cosas, el agua que se rompe y salta a mis pies y las hordas de seres humanos del desierto entre los que puedo perderme. Policías de uniforme traen a niños deshechos en llanto hasta las familias acampadas en sus mantas. La vida aquí es dura; más policías de camisa y pantalón oscuros y gorra con visera de cuero, y con pesados cinturones y pistolas, están de pie en el paseo de tablas vigilando las masas de cuerpos desnudos, mientras, a su espalda, grandes caras de payaso sonríen desde la falsa fachada del parque de atracciones. Ellos no se dejan engañar. Saben que por todas partes están ocurriendo cosas malas. Los bañeros sacan a un niño agotado, y una ambulancia retrocede hasta los escalones del paseo de madera que lleva a la playa. Levanto diques de arena a mi alrededor. Busco apoyos, y me entierro la pierna hasta la rodilla. Estoy en medio de la sal y el sol, y de un mar de voces. Todo esto me aplasta, pero no me ahogo.

Ahora me parece que fue en ese sitio elemental, en esas playas públicas atiborradas en medio de la más deslumbradora y cruda luz del día, donde aprendí el esclarecedor miedo al planeta. Veía por todas partes a hombres haciendo el pino o subidos a los hombros de otros. Mujeres de carne y hueso dormían tumbadas en la arena. Sin necesidad de reconocer ningún nombre, entre el griterío y el pulular de los pobladores del mundo en la ceremonia semidesnuda de un domingo tribal, se produjo en mí la callada revelación de una vida inexpresable. En ese estado de claridad recibí la inspiración para susurrar la palabra condón. Fue como si todos los ruidos hubiesen cesado, las voces, el agudo chillido de las gaviotas, las sirenas y el retumbar del oleaje, para que esa única palabra fuese pronunciada a modo de iluminación. Sentí a través de mis dedos un tacto de huesos en la arena, como fútil arqueólogo que desenterrase un pasado mineral. Reconocí en el calor de la arena el posible invisible de una luz lejana, y del agua azul y reluciente tomé el movimiento interminable y la inimaginablemente frígida profundidad. Todo eso, asombrosamente, era; y yo, de rodillas en medio de mi percepción que se iba encarnando, me sentí inefablemente primitivo, a gusto, temeroso, alegre.

E. L. Doctorow
La feria del mundo

Planeta
Traducción de César Armando Gómez



Chewing out a rhythm on my bubble gum
The sun is out and I want some.
Its not hard, not far to reach
We can hitch a ride
To rockaway beach.
Up on the roof, out on the street
Down in the playground the hot concrete
Bus ride is too slow
They blast out the disco on the radio
Rock rock rockaway beach
Rock rock rockaway beach
We can hitch a ride
To rockaway beach
Its not hard, not far to reach
We can hitch a ride
To rockaway beach.

"Rockaway Beach"
The Ramones

El pasado es un país extranjero

Lo vivido siempre observa desde un sitio inamovible. Así es que cuando alguien pregunta, por ejemplo, ¿te acuerdas de mí? y la respuesta no es clara, los fragmentos del pasado intentan regresar hasta armar el puzle de ese episodio o persona citada. Entonces, una vez hurgado en la memoria, suele llegar la nostalgia y, tras ella, el reencuentro con el pasado que suscita preguntas del tipo ¿cuántos años tengo?

Caras que asoman desde el pasado y vienen gastadas por el tiempo. ¿Te acuerdas de mí? Llegan del colegio, del instituto, de la facultad, del ejército, de más atrás todavía, de los lugares de la infancia: vivían cerca de la casa de mis padres, me veían en la calle, en la parada del autobús, saliendo de la cafetería, qué sé yo. Caras que los años han ido usando, labrando, y no obstante algo en los ojos de los ojos de antaño, un vestigio en la sonrisa de la sonrisa de ayer, lo que queda de un gesto remoto en sus gestos de hoy.

Hasta las voces han cambiado, yo observando sorprendido y, para mis adentros, No puede ser, no puede ser.

¿Te acuerdas de mí? En rigor me acuerdo mal porque algo, en todo mi cuerpo, se resiste a aceptar la injusticia de la vida, el ejercicio nostálgico de épocas que han dejado de ser, la recapitulación melancólica de la memoria: ¿te acuerdas de mí?, y no personas, fragmentos de personas que me hablan de un momento que ya fue como si siguiese siendo, que me rodean de difuntos y ruinas, ruinas de emociones, de entusiasmos, de alegrías, semejantes a Pompeyas que ha enterrado la lava del olvido. Y de repente están allí y con ellas episodios desenfocados que regresan, tanta esperanza enterrada, tanto difunto que me observa de lejos, con una dulzura enternecida: ¿te acuerdas de mí? Mi comienzo favorito es el de una novela de L. P. Hartley, escritor que, supongo, ya nadie lee.

Lo leo yo. La primera frase dice así: "El pasado es un país extranjero: allí las cosas se hacen de otra manera". Y de ese país extranjero, que sigue existiendo paralelo al presente, surge de vez en cuando un abrazo, una frase, una palma enternecida que se apoya en mi hombro con una levedad esperanzada.

¿Te acuerdas de mí? y los ojos del alma con dificultad para enfocarlas, una negativa interior a aceptar los desmanes de la suerte, la certidumbre más o menos indecisa de ser todavía un hombre para más tarde. ¿Cuántos años tengo? Me da la impresión de que pocos, acabo de nacer. Nunca le he preguntado a nadie ¿Te acuerdas de mí? porque siempre soy otro. ¿Acordarse de qué? El del colegio, o el del instituto, o el de la facultad, o el del ejército, es un pariente vago, un antepasado difuso entre criaturas difusas, un fulano que probablemente nunca existió, inventado por fotografías y recuerdos imaginados. ¿Qué padres, qué abuelos, qué hermanos, qué amigos, qué compañeros de estudio, yo que me negaba a estudiar? Nunca he coleccionado nada a no ser cosas imposibles, me he pasado los días buscando picaportes en paredes sin puerta. Por ahí encontraba uno, a fuerza de insistir me metía en una habitación a oscuras, salía con un puñado de páginas ya escritas, descubiertas al tacto en un anaquel invisible. Les ponía un título, los editores las publicaban. No tengo la noción de que me pertenecen, de haberlas hecho yo mismo. Sólo anduve por allí reuniéndolas, en una especie de sueño.

Si fuese totalmente honesto no les pondría mi nombre: me he limitado a juntarlas con una obstinación sonámbula: durante toda mi existencia no he hecho otra cosa que ser un ciego recorriendo sombras. Escribir es escuchar con fuerza. Seguir escuchando lo ya escuchado. Seguir escuchando lo ya ya escuchado. Y lo ya ya ya escuchado. Y así sucesivamente. Vaciarme de lo que no sea esto para poder llenarme. No se me antoja otra tarea fuera de esta escucha perpetua.

Cuando no estamos vacíos no ocurre nada.

El secreto es avanzar sin ideas, sin planes. Dejar venir. No añadir ni quitar. Recibir con humildad la inocencia. Husmear como los animales, ir excavando, excavando.

Y abajo, después de mucha tierra, muchos caparazones de insectos, muchas hojas, muchas raíces, muchas piedras, el libro. Que no se escribe, se limpia. Una ocupación de minero sin linterna en la frente hasta encontrarnos con las personas y nosotros en medio de ellas. Una profesión de silencio hasta que nos toquen las voces. ¿De qué trata su libro? No sé de qué tratan mis libros, no sé para qué sirven. No es eso lo que me interesa. No hablo sobre ellos porque no me es posible hablar sobre ellos. Son máquinas que se me escapan.

Aparatos de los que no tengo el manual de instrucciones. Son mi desánimo y mi alegría. ¿De qué trata su libro? Pues bien, para empezar ni siquiera es mío. Andaba por ahí, lo capturé. Es decir, lo fui capturando a medida que lo escribía. Es un error leerlos, me parece. Se deben husmear como hacen los animales e ir excavando, excavando.

Traducción de Mario Merlino.


El pasado es un país extranjero
António Lobo Antunes
El País. Babelia
30/06/2007

04 junio 2007

Erich von Stroheim y Hollywood

(páginas 285-287)

En esta época empezó a tener serios problemas de salud, y la quimioterapia que lo mantenía con vida en estos últimos años llegó a afectar su carácter haciéndolo aun más difícil. En estas circunstancias, la siguiente llamada de Billy Wilder obtuvo una respuesta confusa. Tenía un proyecto llamado Sunset Boulevard (El crepúsculo de los dioses). Von Stroheim interpretaría a Max von Mayerling, uno de los tres mejores directores de cine mudo, reducido ahora a sirviente de su anterior estrella y esposa, Norma Desmond. Gloria Swanson sería Norma. El guión ofrecía muchas posibilidades pero también el dolor de abrir una vieja herida. Estar en Hollywood era ya bastante doloroso, pero volver para interpretar ese papel era pedir demasiado. De todas formas, Sunset Boulevard iba a ser una película importante, del tipo de aquellas en las que a von Stroheim siempre le gustó participar. Pero este papel significaba algo más; era una cruda reconstrucción "autobiográfica" que parecía utilizarle sólo por su patético valor iconográfico. En La Grande illusion o en Five Graves to Cairo, von Stroheim podía introducirse en su conocido personaje e interpretarlo a lo largo de la película, utilizando su imagen estereotipada para añadir un nuevo sentido al producto. Pero no le gustaba el papel de Max von Mayerling, "ese maldito mayordomo", como lo llamaba... En algunos aspectos era demasiado parecido a von Stroheim, y en otros no lo suficiente. Interpretar a un oficial o a un príncipe, aun en decadencia, formaba parte de la gran charada que había sido su vida y era un papel que aceptaba fácilmente en escena y fuera de ella. Pero Wilder le estaba pidiendo que interpretase al director loco, de rasgos sentimentales y patéticos al mismo tiempo, y esta idea no le atraía nada. Se resistía a creer que toda su vida y obra habían aunque sólo fuera sugerido esta historia del artista convertido en lacayo. Sólo llegó a reconciliarse con el papel cuando aceptó el hecho de que en su vida había elementos aun más patéticos.

Hizo lo que sería su último viaje a Hollywood y como era su costumbre al encontrarse con un nuevo personaje, comenzó a redefinirlo y a darle forma. La idea de que todas las cartas que Norma Desmond recibía de sus admiradores estuvieran escritas por Max, era de von Stroheim. También él propuso que la película de Norma que se nos muestra fuera Queen Kelly. Pero Wilder no estaba dispuesto ni podía aceptar todas las sugerencias de von Stroheim. Este pensó que sería una gran idea que Max lavara y planchara la ropa interior de Norma, pero Wilder se negó a esto en rotundo. (*)

Erich von Stroheim fue nominado para el Oscar por su trabajo en Sunset Boulevard, el único signo de reconocimiento que Hollywood tuvo con él. Pero George Sanders fue el galardonado y All about Eve (Eva al desnudo) obtuvo ese año todos los Oscars que podían haber correspondido a la película de Wilder. Hollywood parecía aceptar con mayor facilidad una sátira del mundo del teatro que una investigación a fondo de sus secretos más ocultos. De hecho, al "establishment" de Hollywood le horrorizó la película y se negaron a votarla. En el primer pase de la película en los estudios de la Paramount, Louis B. Mayer, que todavía era el personaje, estalló ciego de furia. "Bastardo -le espetó a Billy Wilder- has ultrajado a la industria que te hizo y te alimentó. Deberían emplumarte y echarte de Hollywood". No conocemos la reacción de von Stroheim, si es que alguna vez oyó esta historia, pero podemos imaginarla.

Estuvo muy activo durante los últimos años, escribiendo guiones (ninguno fue producido) y novelas (se publicaron dos), y actuando en una o dos películas cada año. Procuró estar en contacto con el mundo cinematográfico y teatral de París, acudiendo a los estrenos y cenando con su grupo de amigos y con nuevas amistades. Cuando se lo permitía su economía, satisfacía sus apetencias de champán y de caballos. No podía comprar una cuadra, pero disfrutaba de los perros que él y Denise tenían en Maurepas, una residencia confortable a las afueras de París. Al ir envejeciendo, el cáncer, que finalmente acabó con su vida, le hacía cada vez más difícil el trabajar o viajar, pero era incapaz de dejar de hacerlo.

Al final yacía completamente paralizado, un destino que a su amigo Tom Curtiss le recordaba a von Rauffenstein. En este estado y poco antes de morir, el 12 de mayo de 1957, recibió la Legión de Honor. En Hollywood había llevado muchas condecoraciones, todas ellas del departamento de vestuario y otorgadas por él mismo. Las medallas eran falsas, pero von Stroheim nos convenció de que eran auténticas. Ese era su secreto de mago. Ahora que había terminado el último acto, el público le otorgaba una auténtica condecoración. Le hubiera divertido la ironía.

(*) Entrevista con Billy Wilder. Hay no obstante una escena parecida en Three Faces East, en la que von Stroheim ordena la ropa interior de Constance Bennett mientras dos criadas atisban por la cerradura. Roy del Ruth, al menos, le toleró eso.

erich.jpg

ERICH VON STROHEIM Y HOLLYWOOD
RICHARD KOSZARSKI

Título Original: The Man You Loved to Hate. Erich Von Stroheim and Hollywood
Verdoux, 1983
320 páginas
Traducción: Rocío Westendorp
Foto portada: Erich Von Stroheim durante el rodaje de Foolish Wives
Procedencia de las fotos: Colección Richard Koszarski, Filmoteca Española, Archivo de la editorial
Publicado de acuerdo con Oxford University Press
I.S.B.N.: 84-604-7484-4

01 junio 2007

Recortes

Spar, 2004, Chromogenic print, 24 x 20 inches

Noted, 2004, Chromogenic print, 24 x 20 inches

Intrude, 2003, Chromogenic print, 20 x 24 inches

"Allen's photographs are inspired by his childhood experiences with pop-up books and View-Masters. He begins his process by cutting figures and images out of illustrated pages of old books and vintage fiction novels. Allen then cleverly rearranges and juxtaposes the forms to create three-dimensional scenes. Next, he carefully lights his subjects and photographs the scenes."

31 mayo 2007

Diarios en Tiramillas

"John Cheever (1903-1982) es uno de los grandes escritores estadounidenses del siglo XX. Fue expulsado del colegio por "bajo rendimiento", con lo que su educación formal concluyó a los 17 años. Las penurias continuaron en su juventud por las depresiones y los problemas con el alcohol, que le acompañaron toda su vida. Cheever, considerado por la crítica como el más fino y sensible cronista de la sociedad americana de su tiempo, dejó tras de sí 29 cuadernos de notas escritos durante más de tres décadas. En ellos revela que su esencia fue "un muestrario de ambigüedades". Quería a su mujer y a sus hijos, pero se sentía solo; se odiaba por su afición a la bebida, pero dependió de ella; amaba a las mujeres, pero también a los hombres... Leer estos 'Diarios' es introducirnos en la íntima sinceridad de sus palabras."


28 mayo 2007

Evolución. La mujer en el arte



Leonardo Da Vinci, Raphael - Raffaello, Titian - Tiziano Vecellio , Sandro Botticelli , Giovanni Antonio Boltraffio, Albrecht Dürer, Lucas Cranach the Elder, Antonello da Messina, Pietro Perugino, Hans Memling, El Greco, Hans Holbein, Fyodor Stepanovich Rokotov , Peter Paul Rubens, Gobert, Caspar Netscher, Pierre Mignard, Jean-Marc Nattier, Élisabeth-Louise Vigée-Le Brun, Sir Joshua Reynolds, Franz Xaver Winterhalter, Alexei Vasilievich Tyranov, Vladimir Lukich Borovikovsky, Alexey Gavrilovich Venetsianov, Antoine-Jean Gros, Orest Adamovich Kiprensky, Amalie, Jean-Baptiste Camille Corot, Édouard Manet, Flatour, Jean Auguste Dominique Ingres, William Clark Wontner, William-Adolphe Bouguereau, Comerre, Leighton, Blaas, Renoir, Millias, Duveneck, Cassat, Weir, Zorn, Alphonse Mucha, Paul Gaugan, Henri Matisse, Picabia, Gustav Klimt, Hawkins, Magritte, Salvador Dali, Malevich, Merrild, Modigliani, Pablo Picasso

Su autor, Eggman913, ha eliminado otro que había realizado con actrices del cine mudo hasta hora. Con morphings tan espectaculares como este.

Visto antes en los simpáticos pixelydixel

El nadador de Portnoy

"En primer lugar cuestionar la afirmación que asegura que las mejores adaptaciones cinematográficas lo son de relatos antes que de novelas. El formato empleado por Cheever, en el que se comprime toda información narrativa para ofrecer al lector una emoción antes que una información, fracasa en la adaptación cinematográfica de El nadador. Un relato que se lee en apenas 20 minutos debe ser rellenado con imágenes ininteresantes para alcanzar la duración estándar de las películas comerciales..."


Portnoy da su visión de la peli "El Nadador"



24 mayo 2007

Nacen nuevas estrellas en la cabeza de Orión


Estrellas nacientes, en el interior de nubes rojizas, en Orión, a 1.300 años luz de la Tierra.

Una nueva imagen de la cabeza de Orión, la famosa constelación que se ve desde el hemisferio norte en las noches de invierno, muestra amplias zonas en las que están naciendo estrellas, probablemente como consecuencia de la explosión de una supernova hace unos pocos millones de años. El astrónomo español David Barrado y Navascués, del LAEFF, ha liderado la observación, con el telescopio de infrarrojos estadounidense Spitzer: "Era una región poco conocida, ahora creemos que va a ser clave para el estudio de grupos estelares jóvenes".

El País, sábado 19 de mayo, 2007


Al tratar de clarificar mi pasado, sería mucho más fácil si pudiera contemplarlo con amargura y desdén. Si pudiera maldecir la ignorancia sexual y la suspicacia de mis padres, maldecir el horroroso derrumbe de su matrimonio, maldecir la casa, el vecindario, las escuelas a las que fui, todo sería claro y sencillo, pero sus asuntos combinaban la excelencia con la estúpida crueldad. Visto retrospectivamente, el hecho de que con frecuencia fuese muy feliz parece una enorme limitación.


Diarios, 1968

Todo depende de la gomita de la perspectiva

En febrero de 1997, un Hrabal ya senil cayó del quinto piso del hospital en el que estaba ingresado mientras daba de comer a las palomas.


Hermosa es la lucecita verde del tablero de mandos del conductor del autobús, una lucecita que es tan grande como cualquier estrella visible. El conductor del autobús a la vez mira la carretera adelante, por ambos lados, y con el espejo también detrás, a la vez averigua cómo va el motor; con la suela da y quita gas, pisa el embrague, el freno; con las manos mueve el volante. Ahora, como todas las mañanas en Vokovice, el conductor se inclina y mira siempre hacia la misma ventana, y cuando en esa ventana hay luz, dice: "ya se ha levantado". Y cuando la ventana está a oscuras, entonces, el conductor toca largo rato la bocina hasta que en la ventana se enciende la luz, y el autobús sigue contento su recorrido. Imagino: allá, detrás de la ventana, está la cama de una empleada de correos; se despierta gracias a un acuerdo con el conductor del autobús; la veo sentada en el borde de la cama, con la media en la mano, y duda si vale la pena levantarse, contemplar luego a una chica despeinada en el espejo, ¿por qué vivir? Pero el autobús ya va por la carretera, pasa cerca del aeropuerto de Ruzyñ, que está iluminado; seguro que esperan un avión; la pista de aterrizaje está bordeada de luces de color rubí que convergen al final del aeropuerto de tal modo que si alguien estuviese allí, en aquella otra punta, diría: esas bombillas rojas convergen exactamente donde pasa el autobús... Y el avión ha lanzado sobre la pista de aterrizaje un cono, toca tierra, se hace más pequeño y aterriza, pero es tan diminuto como un avión de juguete propulsado con una gomita, las alas giran, los colores han cambiado de sitio y de nuevo se acerca a la estación, aumenta de tamaño, aunque sigue siendo igual de grande... cierro los ojos y veo que todo es totalmente distinto de lo que parece, de lo que es..., todo está en la gomita de la perspectiva, incluso la vida misma es una ilusión, una deformación, una perspectiva... Abro los ojos, estamos delante de la empresa metalúrgica, y los obreros voluntarios se despiertan mutuamente: ¡Levántate, ha llegado el coque! Y yo voy, igual que los demás, con el mismo andar abatido paso por la puerta, enseño mi carnet y me dirijo hacia las duchas, los vestuarios. Veo cómo de la curva sale el trenecito con lingotes candentes de cuarenta y cinto quintales aún sonrosados como las chicas cuando inician las clases de baile; lingotes que parecen capaces de esconder su materia; pero eran de papel pinocho y estaban hinchados por el aire caliente y atados con una cuerda para que no se elevaran como un globo... como aéreos, gráciles e irreales... Pero la locomotora resopla y suelta vapor y, casi de rodillas, con el resto de sus fuerzas pasa a mi lado arrastrando aquella carga de color rosa que me chamusca el pelo y la ropa; yo constato que son toneladas de toneladas de acero, grandes y anchos obeliscos así y así..., pero los veo por un instante con una realidad relativa que enseguida disminuye, y yo al alejarme acelero su disminución, sin que cambie nada de la realidad de aquel trenecito de lingotes... Después me desnudo rápidamente siguiendo el mismo orden de cosas me pongo después una camiseta, después la camisa, después el calzón, después el chándal, después el pantalón, después me calzo las botas, después la zamarra de piel de gato, después los pantalones del mono, después la chaqueta del mono y el blusón, después el delantal y los guantes, y encima el casco; y al igual que los demás obreros salgo a toda prisa a la noche. El lucero del alba, grande pero no mayor que aquella luz verde del tablero de mandos del conductor del autobús, ese lucero del alba brilla en el cielo como inicio de todos los turnos de mañana, pero también como final de todos los turnos de noche. Me giro y veo: por la ladera, a lo lejos, jadea aquel trenecito con cuarenta y cinco quintales de lingotes rosas; ya resulta distinto, pero es el mismo trenecito que hace un rato me ha chamuscado el traje de paisano y el pelo. Ahora, sin embargo, se dirige a Konev, y allí en la ladera es tan pequeñito, no más grande que un tren de juguete del que se tira con una cuerda... Todo depende de la gomita de la perspectiva.

Anuncio una casa donde ya no quiero vivir
Bohumil Hrabal
El Aleph
Traducción de Clara Janés y Jana Stancel

del relato "Hermosa Poldi"
(páginas 124-126)

Sumario
  • Kafkiana
  • Qué gente tan rara
  • El ángel
  • Lingote y lingotes
  • La traición de los espejos
  • El tambor roto
  • Hermosa Poldi

16 mayo 2007

Covers





¿Y qué diablos le ha pasado a Johnny Cheever? (Diarios, 1969)



¿Y qué diablos le ha pasado a Johnny Cheever? ¿Ha dejado la máquina de escribir a la intemperie? Además, nadie le llamaba Johnny, salvo sus amigos C. y L, que cambiaban nombres a voluntad. Eddie, Neddie, Howie, robbie y hasta Petey. ¿Sabía escribir un buen relato? ¿Un relato de amor? Un día gris, que a las diez parece crepuscular, J. baja a la piscina. tiene la clase de aspecto o belleza que en una tarda como éste le hace destacar entre todos nosotros. Sus dientes -cantidad, tamaño, blancura- parecen postizos, aunque me han dicho que no lo son. Asoman algunas canas entre sus bucles napolitanos y un punto calvo, pequeño pero evidente. Los rasgos son espléndidos, los modales amables pero viriles. Trata, según le han enseñado, de disimular su falta de estudios. Es el consorte soñado por las mujeres ricas cuya juventud ha quedado atras. Sé que es un hombre cariñoso, que sabe pegar un buen casquete y es buena compañía, pero a diferencia de todos nosotros tiene un aspecto que se puede comercializar.

08 mayo 2007

Sigue la pista de El Nadador en TCM

Emisiones en TCM
  • Jueves 17 Mayo 2007
  • Martes 29 Mayo 2007
  • Domingo 10 Junio 2007
  • Sábado 23 Junio 2007
Título original: The Swimmer
Género: Drama
USA - 1968 - 95 min.
Director: Frank Perry
Intérpretes: Janet Landgard, Tony Bickley, Janice Rule, Burt Lancaster

"Ned Merrill (Burt Lancaster) vive en una zona residencial de clase alta en las afueras de Connecticut, en donde todas las casas tienen piscinas privadas. Ante el asombro de sus amigos, Ned decide recorrer el valle de la piscina en piscina. Por el camino, se encuentra a varias de las mujeres que formaron parte de su vida: una apasionada adolescente (Janet Landgard) a punto de dejar de serlo, una ex amante despechada (Janice Rule), la sensual esposa de un viejo amigo (Kim Hunter). El viaje de Ned está lleno de situaciones incómodas, pero también de encuentros apasionados. Va avanzando hasta llegar a su casa, una casa vacía, en la que realizará un extraordinario descubrimiento."

........

La película es rara, extraña, por no decir aburrida... con esas escenas psicotrópicas (¡esa carrera con el caballo!) pero no me canso de ver a Cheever (&wife) vivo en los minutos 28:23 a 28:27. Fetichismo.


Leer el cuento completo

El DVD está publicado en España

04 mayo 2007

Philip Roth - Cuando ella era buena


Philip Roth - Cunit, originally uploaded by montsev.




(páginas 344-345)

Tres noches después de la desaparición de Lucy, una joven pareja de estudiantes del instituto fue al Paraíso de la Pasión para estar a solas. Cerca de la medianoche, hora en que la muchacha debía regresar a su casa, trataron de volver a la ciudad y descubrieron que las ruedas del coche se habían hundido en la nieve. En un primer momento el muchacho empujó el coche por detrás mientras su compañera se hacía cargo del volante y pisaba el acelerador. Después el joven cogió una pala del maletero y, en la oscuridad, mientras la joven se frotaba las orejas con los guantes rogándole que se diera prisa, él empezó a cavar.

De este modo fue descubierto el cuerpo. Estaba completamente vestida; en realidad, la ropa interior estaba tan congelada como la piel. Además, había una hoja de papel a rayas congelada junto a su mejilla, y su mano sujetaba el papel. Una primera hipótesis que sostenía que quizá hubiera levantado la mano para protegerse de un golpe fue desechada cuando el médico forense informó de que, a excepción de un pequeño rasguño en el nudillo de la mano derecha, el cuerpo no presentaba heridas, contusiones, punzadas ni ningún otro signo de violencia. Tampoco había indicios de que hubiera sido violada. Del embarazo no se dijo nada, ya fuera porque el médico forense no encontró ninguna evidencia o porque la investigación solo incluía las pruebas de laboratorio rutinarias. Se estableció que la causa de la muerte había sido la exposición a la intemperie.

El forense solo podía suponer cuánto tiempo había permanecido en el lugar sin ser descubierta; las temperaturas bajo cero habían preservado intacto el cuerpo, pero, a juzgar por la altura de la nieve que estaba encima y debajo del cuerpo, se supuso que la joven llevaba muerta treinta y seis horas. Si había ocurrido de ese modo, había logrado sobrevivir en el Paraíso de la Pasión durante un día y una noche, e incluso tal vez hasta la mañana siguiente.

Solo varios meses después del funeral, durante una de esas primaveras frías, frescas y húmedas que suelen darse en el interior de Estados Unidos, las cartas de la prisión comenzaron a llegar directamente a la casa.


Cuando ella era buena
Philip Roth

When She Was Good
DEBOLS!LLO
Traducción de Horacio y Margarita González Trejo

noviembre 2006 - Mondadori



Una buena crítica (en todos los sentidos) de Patrimonio en Elogio del azar. Un blog a descubrir.

25 abril 2007

No sabia nada

Y entonces, sólo entonces, cosa extraña, comprobé que el mimoide no me interesaba en absoluto, que había volado hasta aquí no para explorar el mimoide, sino para conocer el océano.

Con el helicóptero a algunos pasos detrás de mí, me senté sobre la playa rugosa y resquebrajada. Una pesada ola negra cubrió la parte inferior de la orilla y se desplegó, no ya negra, sino de un color verde sucio; refluyendo, la ola dejó unos riachos viscosos y trémulos que vagaban hacia el océano. Me acerqué más a la orilla, y cuando llegó la ola siguiente, extendí el brazo. Un fenómeno experimentado ya por el hombre un siglo atrás se repitió entonces fielmente: la ola titubeó, retrocedió, me envolvió la mano, aunque sin tocarla, de modo que una fina capa de "aire" separaba mi guante de aquella cavidad, fluida un instante antes, y ahora de una consistencia carnosa. Lentamente levanté la mano, y la ola, o más bien esa excrecencia de la ola, se levantó al mismo tiempo, envolviendo siempre mi mano en un quiste translúcido de reflejos verdosos. Me incorporé, y alcé todavía más la mano; la sustancia gelatinosa subió junto con mi mano y se tendió como una cuerda, pero no se rompió. La masa misma de la ola, ahora desplegada, se adhería a la orilla y me envolvía los pies (sin tocarlos), como un animal extraño que esperase pacientemente el final de la experiencia. Del océano había brotado una flor, y el cáliz me ceñía los dedos. Retrocedí. El tallo vibró, vaciló, indeciso, y volvió a caer; la ola lo recogió y se retiró. Repetí varias veces el juego; y entonces -como lo había comprobado cien años antes el primer experimentador- llegó otra ola y me evitó, indiferente, como cansada de una impresión demasiado conocida. Yo sabía que para reavivar la "curiosidad" del océano tendría que esperar algunas horas. Volví a sentarme; turbado por ese fenómeno que yo había provocado, y del que había leído numerosas descripciones, yo ya no era el mismo; ninguna descripción podía transmitir esa experiencia.

Todos aquellos movimientos, considerados en conjunto o aisladamente, todas aquellas ramazones que afloraban fuera del océano parecían revelar una especie de candor prudente, pero de ningún modo huraño; las formas inesperadas y nuevas despiertan en él una ávida curiosidad, y la pena de tener que retirarse, de no poner transponer unos límites impuestos por una ley misteriosa. ¡Qué raro contraste entre esa curiosidad alerta y la inmensidad centelleante del océano que se desplegaba hasta perderse de vista! Nunca hasta entonces había sentido yo como ahora esa gigantesca presencia, ese silencio poderoso e intransigente, esa fuerza secreta que animaba regularmente las olas. Inmóvil, la mirada fija, me perdía en un universo de inercia hasta entonces desconocido, me deslizaba por una pendiente irresistible, me identificaba con ese coloso fluido y mudo, como si le hubiese perdonado todo, sin el menor esfuerzo, sin una palabra, sin un pensamiento.

Durante esta última semana mi conducta había tranquilizado a Snaut, que ya no me perseguía con aquella mirada recelosa. En apariencia yo estaba tranquilo; en secreto, y sin admitirlo claramente, esperaba algo. ¿Qué? ¿El retorno de Harey? ¿Cómo hubiera podido esperar ese retorno? Todos sabemos que somos seres materiales, sujetos a las leyes de la fisiología y de la física, y toda la fuerza de nuestros sentimientos no puede contra esas leyes; no podemos menos que detestarlas. La fe inmemorial de los amantes y los poetas en el poder del amor, más fuerte que la muerte, el secular finis vitae sed non amoris es una mentira. Una mentira inútil y hasta tonta. ¿Resignarse entonces a la idea de ser un reloj que mide el transcurso del tiempo, ya descompuesto, ya reparado, y cuyo mecanismo tan pronto como el constructor lo pone en marcha, engendra desesperación y amor? ¿Resignarse a la idea de que en todos los hombres reviven antiguos tormentos, tanto más profundos cuanto más se repiten, volviéndose cada vez más cómicos? Que la existencia humana se repita, bien, ¿pero que se repita como una canción trillada, como el disco que un borracho toca una y otra vez echando una moneda en una ranura? Ese coloso fluido había causado la muerte de centenares de hombres. Toda la especie humana había intentado en vano durante años tener al menos la sombra de una relación con ese océano, que ahora me sostenía como si yo fuese una simple partícula de polvo. No, no creía que la tragedia de dos seres humanos pudiera conmoverlo. Sin embargo, todas aquellas actividades tenían cierto propósito... A decir verdad, yo no estaba absolutamente seguro; pero irse era renunciar a una posibilidad, acaso ínfima, tal vez sólo imaginaria... ¿Entonces tenía que seguir viviendo aquí, entre los muebles, las cosas que los dos habíamos tocado, en el aire que ella había respirado una vez? ¿En nombre de qué? ¿Esperando que ella volviera? Yo no tenía ninguna esperanza, y sin embargo vivía de esperanzas; desde que ella había desaparecido, no me quedaba otra cosa. No sabía qué descubrimientos, qué burlas, qué torturas me aguardaban aún. No sabía nada, y me empecinaba en creer que el tiempo de los milagros crueles aún no había terminado.

"Solaris"
Stanislav Lem
Biblioteca Ciencia Ficción
Traducción Matilde Horne y F. A.
Planeta


18 abril 2007

Hasta el aire parecía distinto

Media vida (1990)

Díganos algo sobre su primer contacto con Europa.

Hice mi primer viaje (a España) en 1947, al frente de un grupo de estudiantes de la Universidad de Minnesota, donde era profesor adjunto desde 1946. Conseguí esa promoción gracias a Red [Robert] Pen Warren, porque me contrataron como auxiliar, pero él no dejó de insistir hasta que Joseph Warren Beach consintió en ascenderme. Me salvó de los trabajos de primer curso. Madrid, en 1947, me abrió mucho los ojos. En España, me sentí como si volviera a una especie de hogar ancestral. Tenía la impresión de encontrarme entre gente muy parecida a mí, e incluso llegué a pensar vagamente en que podría haber vivido en el Mediterráneo en mi anterior reencarnación. Me encantaba todo, absolutamente todo. Hasta el aire parecía distinto. Tenía una cualidad especialmente tonificante. Y además, naturalmente, había seguido la guerra civil española y conocía los sucesos ocurridos en España entre 1936 y 1939 tan bien como cualquier joven americano de la época.

El país estaba deshecho. Seguía prácticamente igual que cuando acabó la guerra. Los edificios estaban acribillados a balazos. Madrid mismo era como una vuelta a un pasado bastante lejano. Los tranvías, por ejemplo, eran Toornerville. Escribí un artículo sobre todo esto para la Partisan Review. Conocí a muchos españoles; era mi primer contacto prolongado con europeos y con intelectuales de Europa. Al menos con los miembros de una tertulia del café cercano a mi pensión, que estaba en plena Puerta del Sol. Llevaba una carta para ciertas personas: alemanes que habían sido periodistas durante la guerra civil. Me recibieron y me presentaron a personajes como Jiménez Caballero, fascista y hombre de letras de las Cortes, con quien cené en varias ocasiones. Los madrileños me miraban con curiosidad. No habían visto muchos norteamericanos. España había estado absolutamente incomunicada durante años. Se sentían tan aislados que acogían con entusiasmo incluso a un insignificante profesor auxiliar de Minnesota.

Conocí al nuncio del Papa en Madrid. ¿Desde cuándo un chaval de Chicago tiene la oportunidad de conocer al nuncio? Y comí en la Nunciatura. Uno de sus ayudantes me dijo que los españoles no eran europeos: son moros, no pertenecen verdaderamente a la colectividad europea. Pasé también mucho tiempo en El Prado, que por entonces estaba vacío y mugriento. Me quedaba horas meditando frente a los Goya, Velázquez y Bosch. Recorrí España en antiguos trenes traqueteantes. Fui a Málaga. Habíamos llegado por París, donde pasé una semana a la ida y otra a la vuelta. Londres era una ciudad absolutamente miserable en 1947. Todos aquellos solares, las flores creciendo por todas partes en los cráteres de las bombas. En los restaurantes no había nada que comer, y se tenía el convencimiento de que lo que servían era carne de caballo.


incluído en Todo Cuenta. Del pasado remoto al futuro incierto (It All Adds Up)
Saul Bellow
DeBolsillo
Traducción de Benito Gómez Ibáñez
enero, 2007





Mi París (1983)

(...)
Significaba otra cosa a principios de siglo, y esa otra cosa era lo que tantos de nosotros vinimos a buscar en 1948. Hasta 1939, París era el centro de una gran cultura internacional que acogía a españoles, rusos, italianos, rumanos, americanos; abierto a los Picasso, Diaghilev, Modigliani, Brancusi y Pound, era el núcleo incandescente del movimiento artístico modernista. Quedaba por ver si la caída de París en 1940 sólo había interrumpido esa creatividad. ¿Proseguiría cuando los derrotados nazis volvieran a Alemania? Había quienes sospechaban que el floreciente centro internacional había entrado en decadencia a lo largo de los años treinta, y algunos lo daban ya por desaparecido.

Yo estaba entre los que fueron a investigar, en la primera oleada. Apenas había cesado el fragor de la guerra cuando miles de norteamericanos hacían las maletas y se marchaban al extranjero. Viajeros, poetas, pintores y filósofos francófilos eran mucho menos numerosos que los jóvenes inquietos -estudiantes de historia del arte, amantes de las catedrales, refugiados del sur y los Estados centrales, soldados desmovilizados aún con paga, peregrinos sentimentales-, y otros personajes no menos imaginativos con planes para hacerse ricos. Un joven que conocí en Minnesota fue a Florencia a abrir una fábrica de caramelos a base de maíz. Aventureros, estraperlistas, contrabandistas, aspirantes a bon vivants, buscadores de gangas, simples ilusos: decenas de miles cruzaron el océano en viejos buques de transporte de tropas, en busca de oportunidades laborales o sexuales, o sólo por diversión. Londres estaba muy dañado, mientras que París, intacto, se aprestaba a reanudar su fastuosa vida artística e intelectual.

La Fundación Guggenheim me había concedido una beca, y me sentía preparado para participar en el gran renacimiento, si es que llegaba a producirse. Como el resto del contingente americano, llevaba mis ilusiones conmigo, pero me gusta pensar que también mantenía el escepticismo (quizá la más tenaz de mis ilusiones). Yo no iba a asentarme a los pies de Gertrude Stein. No fantaseaba con el bar del Ritz. No boxearía con Ezra Pound, como había hecho Hemingway, ni escribiría en los bistros mientras los camareros me traían ostras y vino. Por Hemingway el escritor sentía una admiración sin límites; el personaje de Hemingway me parecía la quintaesencia del turista, convencido de ser el único americano a quien los europeos habían adoptado como a uno de los suyos. A decir verdad, el París de la época del jazz, el de la leyenda americana, carecía de atractivos para mí, y también tenía mis reservas sobre el París de Henry James; no se me olvidaban los antinaturales chillidos de los judíos del East Side que describía James en La escena americana. No cabía esperar que un pariente de aquellos bárbaros habitantes del East Side se dejara seducir por el mundo de madame de Vionnet, que, en cualquier caso, ya había desaparecido mucho tiempo atrás.

La vida, dijo Samuel Butler, es como dar un concierto de violín al tiempo que se aprende a tocar el instrumento: eso, amigos míos, es verdadera sabiduría. (No me canso de citar esa máxima.) Yo estaba dando un concierto a la vez que practicaba escalas. Creía entender por qué había venido a París. Escritores como Sherwood Anderson y, por extraño que parezca, John Cowper Powys, me habían explicado claramente lo que le faltaba a la vida americana. "El norteamericano es trágico sin saber por qué -decía Powys en su Autobiografía-. Es trágico en razón de la desolada pobreza y la desesperada estrechez de sus contactos místico sensuales. Nada compensa tanto en la vida como el Misticismo y la Sensualidad." Pero Powys, no lo olviden, era un admirador de la democracia norteamericana. De otro modo no me habría servido de nada. Yo estaba convencido de que sólo existía verdadera política en las democracias anglófonas. Es política, la Europa continental era infantil, horripilante. Pero lo que le faltaba a Estados Unidos, pese a toda su estabilidad política era la capacidad de disfrutar de los placeres intelectuales como si fueran placeres sensuales. Eso era lo que Europa ofrecía, o decían que ofrecía.

Había, sin embargo, una parte de mí que seguía sin estar de acuerdo con esa formulación; negaba que Europa -según se pregonaba- siguiera existiendo y aún fuera capaz de satisfacer el deseo americano hacía lo fecundo y lo raro. Auténticos escritores de Saint Paul, Saint Louis y Oak Park, en Illinois, habían ido a Europa a escribir su novela americana, la mejor obra de los años veinte. La Norteamérica industrial de las grandes empresas no podía darles lo que necesitaban. Desde el extranjero proyectaban los rayos de la imaginación hacia su casa. Pero ¿era la razón imaginativa europea lo que los había liberado y estimulado? ¿Se trataba del París moderno mismo o de una nueva Modernidad universal que actuaba en todos los países, una cultura internacional de la que París era, o había sido, el centro? Yo sabía lo que Powys quería decir con su redención imaginativa de la desolada pobreza y la desesperada estrechez de los norteamericanos, ya se dieran o no cuenta de ello. Al menos eso creía. Pero también era consciente de una fuerza rara vez mencionada y visible en Europa para todo aquel que había destruido la mayoría de sus ciudades y millones de vidas en una guerra de seis largos años. Me costaba trabajo aceptar las posiciones plausibles: Norteamérica, perdiendo impulsos vitales; Europa, cultivando aún los sentidos más sutiles. Efectivamente, una gran literatura prebélica nos había dicho lo que era el nihilismo. Céline lo explicaba con toda claridad en Viaje al fin de la noche. su París seguía allí, más aún que la Sainte-Chapelle o el Louvre. El París proletario, el París de clase media, por no mencionar el París intelectual, que intentaba llenar el vacío nihilista con la doctrina de Marx: todo transmitía el mismo mensaje.

incluído en Todo Cuenta. Del pasado remoto al futuro incierto (It All Adds Up)
Saul Bellow
DeBolsillo
Traducción de Benito Gómez Ibáñez
enero, 2007

12 abril 2007

"Bellow fue el Cristóbal Colón de la gente como yo" Philip Roth



Video en castellano (para variar) en youtube donde se mezclan: Sufjan Stevens, Ian McEwan, J. M. Coetzee, Jack Nicholson, William Kennedy, Philip Roth y Marilyn Monroe



(...)

En resumen, el intérprete debe ser capaz de imponerse. Resulta más fácil si es un Nabokov y habla con la natural autoridad de un artista aristocrático, un boyardo, un autócrata hereditario. El problema, entonces, cobra un matiz ideológico, y la gente empieza efectivamente a protestar y a denunciar la explotación tiránica de los tradicionalistas, misóginos, racistas, imperialistas: esos machos blancos, pasados ya a mejor vida, cuyas obras, calificadas de clásicos, se nos impone. No todo el mundo puede rendirse ante la promesa del gozo estético. Para algunos, la liberación (quizá seudoliberación) es el ideal más elevado. O la destrucción de los iconos. O la insatisfacción perpetua. Tal como el autor Leonard Michaels ha escrito recientemente: "Nos hemos abandonado a los encantos de la posibilidad indeterminada, o al estremecimiento de la novedad infinita". Y en el mismo párrafo añado que "el valor ha escapado de la especificidad humana".

En la actualidad, los escritores prestan atención sin dificultad alguna; se han formado en la atención, y la inducen en sus lectores (sin un grado elevado de atención, el gozo estético es imposible).
"Procura ser de los que no se pierden nada", aconsejaba Henry James al aprendiz de novelista.
Y Tolstói, en su ensayo sobre Mauppasant, dice que un autor debe escribir con claridad, adoptar un punto de vista moral y ser capaz de prestar la más minuciosa atención al tema y los personajes. Sin la menor vacilación, Nietzsche nos advierte de que la época moderna se interesa principalmente en el Devenir e ignora el Ser. Y quizá por eso el perpetuo Devenir nos corroe como una enfermedad mortal.

(...)

Y por eso compite el artista con otros solicitantes de atención. No se trata de una competición en el sentido atlético de la palabra, su objeto no es expulsar a los rivales de la pista. Nunca se alzará con un triunfo indiscutido. No habrá un resultado claro; los elementos están demasiado mezclados para eso. Las fuerzas adversas son demasiado imponentes para vencerlas. Son las fuerzas de un mundo electrificado y de una transformación de la vida humana cuyo resultado no puede vaticinarse.

Tocqueville anunció que en los países democráticos el público exigiría a sus escritores dosis cada vez mayores de emoción y estimulantes cada vez más poderosos. Probablemente no esperaba que el público se dramatizara a sí mismo hasta el punto de hacer de la escena mundial el teatro de todos, ni que, en los países desarrollados, se entregara al alcohol y las drogas para escapar a los horrores de la incesante tensión, al tormento de las emociones y la distracción. Hay muchos autores que no hacen sino satisfacer la creciente demanda de emociones. Creo que esa demanda, en el lenguaje de la mercadotecnia, ha alcanzado su nivel más alto. ¿Puede llegar a dominarse tanta emoción, tanto desorden? Eso habrá que preguntárselo a los analistas y expertos de toda especie. Lo suyo son las predicciones. Lo que importa a los narradores de historias y novelistas son las esencias humanas descuidadas y olvidadas por un mundo distraído.


"La distracción del público"
Conferencias Romanas, Universidad de Oxford
10 de mayo de 1990

incluído en Todo Cuenta. Del pasado remoto al futuro incierto (It All Adds Up)
Saul Bellow
DeBolsillo
Traducción de Benito Gómez Ibáñez
enero, 2007

21 marzo 2007

Diarios, 1970


Andy Goldsworthy Rivers and Tides


Un relato de Hemingway que trata principalmente de un joven que forcejea durante cuatro horas con un pez espada. Cuando está a punto de pescarlo, se le rompe el sedal. Hay valentía, resistencia y sangre, el carácter del joven se forja en los rigores del combate. No falta el conocido ritmo de cuatro acentos -"Vivíamos entonces en la casa de la colina"-, que unas veces es bello y otras monótono. Su suicidio sigue siendo un misterio para mí.

16 marzo 2007

Diarios, 1959



Dance with me

Nouvelle Vague + Bande à part + The Lords of The New Church


El retorno de Coverly no está aislado. Ensayaré la muerte de Honora. Recuerdo un sábado de mi niñez cuando fracasaron todos nuestros planes para jugar; la pelota estaba deshinchada y nadie tenía un bombín. Era otoño. Nos encerramos en el granero de los R. e hicimos un concurso para ver quién tenía el pene más largo, y a continuación una orgía, pero cuando terminó me sentí muy culpable y avergonzado, triste y lleno de preocupación. Fui a casa, me comí un emparedado y mi madre me preparó un baño tan caliente que me dejó la piel arrugada y desagradablemente sensible. Mi camisa blanca (demasiado pequeña, mal planchada por el viejo Finn) y mi traje de sarga (también demasiado pequeño) eran como un castigo, y no encontraba las zapatillas de baile. Lo relacioné con mi conducta lasciva de la mañana. Era un castigo. Me encerré en el ropero, me arrodillé y recé tres padrenuestros. Al cabo del tercero vi mis zapatillas en una bolsa que colgaba de un gancho. Una parte de mi oración había recibido respuesta, pero aún sentía terribles remordimientos y, a causa del baño, estaba medio cocido e incómodo. Fui al Templo Masónico con Charlie y llegué cuando empezaba la gran marcha. Hubiera podido huir, pero mi madre presidía la velada y además, con el traje azul, ¿dónde hubiera podido refugiarme? Construían casas en el prado y en el bosque. Pasamos el resto de la tarde empujando a las niñas por el suelo encerado hasta que la luz empezó a desvanecerse detrás de las ventanas, y cuando terminó la clase de baile, acabó el sábado.

Bien dicho, António!



Antonio Lobo Antunes gana el Premio Camoes de Literatura

"Es un placer que se hayan acordado de mi nombre"


Ahora solo falta que se acuerden otros

2 Cheeverianas más



Cheeveriana, cap.9: La olla repleta de oro


Cheeveriana, cap.8: La Navidad es triste para los pobres

14 marzo 2007

"Amor en clima frío" Nancy Mitford



-¿Sabes una cosa, Fanny? -me dijo una vez-. No tiene ni la menor importancia que no puedas vestirte con ropas caras, porque además no tendría sentido. Tú eres como de la familia real, querida. Te pongas lo que te pongas, estás siempre igual. Lo mismo les pasa a los miembros de la realeza.
No me complació demasiado su diagnóstico, pero en el fondo era consciente de que tenía toda la razón. Nunca podría yo dármelas de ir muy a la moda, ni siquiera aunque lo intentase tan en serio como lady Montdore, con mi pelo crespo como el brezo y mi cara redonda y saludable.
Recuerdo que mi madre, en una de sus muy contadas visitas a Inglaterra, me regaló una chaquetilla en paño rojo de Schiaparelli. A mí me pareció sencilla, nada atractiva, de no ser por la etiqueta que llevaba en el forro. Me dieron ganas de ponerla al revés, para que todo el mundo supiera de su procedencia. La llevaba puesta en vez de la chaqueta de punto habitual cuando Cedric vino de visita.
-¡Ajá! -dijo nada más entrar-. Así que ahora vestimos de Schiaparelli. Me pregunto qué vendrá despues.
-¡Cedric! ¿Cómo es posible que lo sepas?
-Querida mía, Uno siempre sabe. Las cosas tienen firma propia, basta con que utilices los ojos y los míos parecen estar acostumbrados a una gama de objetos más amplia que los tuyos: Schiaparelli, Revoux, Fabergé, Viollet le Duc... Siempre lo sé con un solo golpe de vista, literalmente uno solo. Así que tu perversa madre, la Desbocada, ¿ha estado por aquí desde la última vez que vine?
-¿Y no es posible que la haya comprado yo por mi cuenta?
-No, no, querida mía. Tú estás ahorrando para dar una buena educación a tus doce inteligentísimos hijos. ¿Cómo ibas a malgastar veinticinco libras en una chaquetilla?
-¡No me digas! -exclamé- ¿Esto cuesta veinticinco?
-Yo diría que por ahí andará.
-Pues que estupidez. Podría haberla hecho yo misma.
-¿De veras? En tal caso, ¿tú crees que yo habría dicho, sin dudar, que es de Schiaparelli?
-No tiene más de un metro de paño, que costará una libra si es que llega -seguí diciendo, horrorizada por el despilfarro.
-¿Y cuántos metros de lienzo hay en un cuadro de Fragonard? ¿Y cuánto cuestan unas planchas de madera o la piel de una cabritilla, antes de que una persona inteligente las convierta en una cómoda con su espejo o en una encuadernación de marroquinería? El arte no es cuestión de metros, como tampoco Uno es sólo carne y hueso. Por cierto, tengo que avisarte de que Sonia vendrá dentro de un minuto y querrá que se le sirva un té bien fuerte. Al entrar, me he tomado la libertad de hablar con la señora Heathery, aprovechando que soy el amor de su vida. Y he traído algunas magdalenas de la Cadena, que he dejado de su mano.
-¿A qué se dedica ahora lady Montdore? -pregunté a la vez que procedía a ordenar la sala.
-¿En este preciso instante? Está en Parker's, comprándome un regalo de cumpleaños. Se supone que ha de ser una gran sorpresa, pero fui yo antes a Parker's a preparar el terreno. Mucho me sorprendería si la gran sorpresa no es el Repositorio de Ackerman.



Una reseña interesante (y con cotilleos) en ojos de papel y otra más en La Vanguardia

Nancy Mitford
Amor en clima frío
Libros del Asteroide
Traducción de Miguel Martínez-Lage



La gracia de tu estilo se basa en tu renuncia a distinguir entre la cháchara femenina y el lenguaje literario.
Evelyn Waugh

07 marzo 2007

Diarios, 1978

La franqueza absoluta no es una de mis características, pero trataré de tenerla para describir la siguiente sucesión de acontecimientos. Solitario, con la soledad agravada por los viajes, los cuartos de hotel, la mala comida, las presentaciones de libros y la superficialidad de los besamanos, me enamoré de M. en un cuarto de hotel de sordidez inusual. Su aire de seriedad y respetabilidad, las gafas de miope y su apostura serena despertaron en mí un amor profundo, y a la noche siguiente lo llamé desde California para expresarle mis sentimientos. Nos escribimos cartas de amor durante tres meses, y cuando volvimos a vernos, nos quitamos la ropa y nos comimos mutuamente la lengua. Nos encontramos dos veces más, una para pasar unas horas en un motel, la otra para pasar veinte minutos desnudos antes de una comida para directivos a la que yo estaba invitado. Durante un año seguí pensando en él, sumido en el mayor desconcierto. Creía que se me había revelado la homosexualidad y que iba a tener que pasar el resto de mi vida en triste convivencia con un hombre. Mi vida apareció ante mí retratada como una impostura sexual. Hace poco, cuando volvimos a encontrarnos, corrimos al dormitorio más próximo, bajamos los pantalones del otro, asimos la polla del otro y tragamos la saliva del otro. Me corrí dos veces, la segunda en su boca, y creo que fue el mejor orgasmo que tuve en un año. A petición suya pasamos la noche juntos, y creo que descubrí con verdadero placer que ninguno de los dos estaba destinado a agotar los papeles que representábamos. Recuerdo la aguda falta de interés con que contemplé su desnudez por la mañana, cuando volvió de mear. Era sólo un hombre de polla pequeña, dos cojones y un culito apto para apoyarlo en una silla o en una taza de retrete. En este sentido, las recordadas exacciones de las mujeres cumplían el mismo papel. No sentía el menor deseo de saber si había llegado al orgasmo. Me senté a cagar con la puerta abierta, ronqué y me tiré pedos con tranquilidad y buen humor, lo mismo que él. Me encantaba sentirme libre de la censura y la responsabilidad que había sentido con algunas mujeres. Si tenía ganas, podía retozar con él, introducirle la polla en la boca y quejarme del mal olor de sus calcetines. Estaba resuelto a no permitir que una sociedad procreadora destruyera este amor. Al comer con unos amigos que hablaban de su tediosa carrera libertina, pensaba: soy gay, soy gay, por fin me he liberado. Duró poco tiempo.

O. V. Wright

02 marzo 2007

The Danish Poet



Oscar al Mejor Cortometraje Animado. Dirigido por Torill Kove

The Danish Poet cuenta la historia de Kasper, un poeta que buscando inspiración viaja a Noruega para conocer a Sigrid Undset (una de esas Nobel olvidadas)
un pequeño video clip aquí (ya no está en google video ni en youtube a petición de la academia)