Tomo una copa y voy con los dos perros a la estación a esperar a Philip Roth. Es inconfundible y de lejos lanzo un aullido jubiloso. Joven, acomodaticio, brillante, inteligente, tiene el aire juvenil de quien contempla casi todas las cosas como si generaran un calor insoportable.No es melindroso, pero aparta la cabeza d eun plato de carne como si estuviera ardiendo. Se ha divorciado de una chica que me parecía una delicia. "Ni siquiera quiere devolverme los patines de hielo." La conversación gira hacia el tema sexual -polla y cojones, Genet, Rechy- pero sus observaciones me parecen interesantes, sutiles e ingeniosas.
Diarios, 1963
Leo las descripciones de Roth sobre las masturbaciones en Jersey y otros lugares, y me intereso por el pellizco con tres dedos, el movimiento con la mano cerrada, el orgasmo de cuatrocientas caricias, etc. Sus historias de juventud no tienen nada que ver con mis crónicas cristalinas sobre la tía artista y el primo que interpretaba a Beethoven. Mis padres no eran judíos, nuestra casa era grande y estaba bien provista. Observo que mi curiosidad está despierta, pero mi interés no tarda en flaquear. Sentado en la primera fila de un teatro de variedades, F. advirtió que su vecino de asiento se la meneaba y le preguntó amablemente por qué lo hacía. El hombre le explicó que después de hacerlo durante un rato, acababa por salir un líquido blancuzco que provocaba una sensación maravillosa. F. lo ensayó en su casa y al día siguiente me lo contó en el colegio. Esa noche, tendido en la cama, me masturbé mientras oía las filosofías de un comentarista radiofónico. El orgasmo fue estremecedor; el remordimiento, apabullante. Pensé que había desoído la voz paternal de la radio. F. y yo solíamos masturbarnos mutuamente en los cines, restregarnos el uno contra el otro en las duchas del club de golf. Cierto día lluvioso, en la colonia de verano, cuando no teníamos nada que hacer, nos acostamos en parejas por turnos. Primero me tocó un irlandés llamado Burke, con una polla muy grande y un abrazo muy paternal. Luego pasé a la cama de F., pero después de acabar nos vestimos y, ya bajo la lluvia, fuera de la tienda, juramos dejar de hacernos pajas. No recuerdo cuánto tiempo respeté el juramento, pero en general mis masturbaciones era una auténtica extensión del amor. Roth siempre está solo y jamás pone en tela de juicio su virilidad, aunque suele decir que se salvó de ser homosexual por pura suerte. Entonces vuelvo al misterio amargo, tan amargo como legítimo. Sostengo que disfruto de una virilidad invencible y si no es así, seguiré sosteniéndolo. Pero me asusta la indefinición, me aterra la idea de ser homosexual, me asusta y me avergüenza recordar que G. me la chupo, que P. no quiere casarse ni tener casa e hijos, y rechazo de plano que me ha faltado valor para vivir mi instinto homosexual frente a la censura del mundo. El mundo no me parecía tan despreciable.
Diarios, 1968
Con Drenka era como arrojar un guijarro a un estanque. La penetrabas y las ondulaciones se desovillaban sinuosamente desde el punto central hacia afuera, hasta que todo el estanque ondulaba con una luminosidad estremecida. Cada vez que, de día o de noche, tenían que poner fin a la sesión, era porque Sabbath no sólo se encontraba en el límite de su resistencia, sino que, grueso y con más de cincuenta años, lo había rebasado peligrosamente.
-En tu caso, correrte es una industria -le decía-, eres una fábrica de orgasmos.
-Carroza -replicaba Drenka, una palabra que él le había enseñado, mientras Sabbath trataba de recobrar el aliento-, ¿sabes lo que quiero la próxima vez que se te empine?
-No sé en qué mes será eso. Si me lo dices ahora, cuando llegue el momento no me acordaré.
-Es igual, quiero que me la metas hasta el fondo.
-¿Y entonces qué?
-Entonces me pones del revés encima de tu polla, como si te quitaras un guante.
El teatro de Sabbath
Philip Roth
Ver reportaje completo de Lars Tunbjork
4 comentarios:
Hay que ver cómo define Cheever a Roth en tan pocas palabras (la sopa ardiendo, los patines que no le devuelven). Por eso es un genio.
Enhorabuena por el blog. Con él se aprende a querer más a Cheever, si eso es posible.
qué textos más jugosos, emeuve; tengo que leer más y no debo perderme estos diarios, que no he leido.
Así da gusto.
luz tenue: Gracias por el comentario y el enlace
Enrique... casi no hace falta que compres el libro, a este paso acabaré publicando aquí todos sus diarios
Alvy... Sí
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