24 mayo 2007

Todo depende de la gomita de la perspectiva

En febrero de 1997, un Hrabal ya senil cayó del quinto piso del hospital en el que estaba ingresado mientras daba de comer a las palomas.


Hermosa es la lucecita verde del tablero de mandos del conductor del autobús, una lucecita que es tan grande como cualquier estrella visible. El conductor del autobús a la vez mira la carretera adelante, por ambos lados, y con el espejo también detrás, a la vez averigua cómo va el motor; con la suela da y quita gas, pisa el embrague, el freno; con las manos mueve el volante. Ahora, como todas las mañanas en Vokovice, el conductor se inclina y mira siempre hacia la misma ventana, y cuando en esa ventana hay luz, dice: "ya se ha levantado". Y cuando la ventana está a oscuras, entonces, el conductor toca largo rato la bocina hasta que en la ventana se enciende la luz, y el autobús sigue contento su recorrido. Imagino: allá, detrás de la ventana, está la cama de una empleada de correos; se despierta gracias a un acuerdo con el conductor del autobús; la veo sentada en el borde de la cama, con la media en la mano, y duda si vale la pena levantarse, contemplar luego a una chica despeinada en el espejo, ¿por qué vivir? Pero el autobús ya va por la carretera, pasa cerca del aeropuerto de Ruzyñ, que está iluminado; seguro que esperan un avión; la pista de aterrizaje está bordeada de luces de color rubí que convergen al final del aeropuerto de tal modo que si alguien estuviese allí, en aquella otra punta, diría: esas bombillas rojas convergen exactamente donde pasa el autobús... Y el avión ha lanzado sobre la pista de aterrizaje un cono, toca tierra, se hace más pequeño y aterriza, pero es tan diminuto como un avión de juguete propulsado con una gomita, las alas giran, los colores han cambiado de sitio y de nuevo se acerca a la estación, aumenta de tamaño, aunque sigue siendo igual de grande... cierro los ojos y veo que todo es totalmente distinto de lo que parece, de lo que es..., todo está en la gomita de la perspectiva, incluso la vida misma es una ilusión, una deformación, una perspectiva... Abro los ojos, estamos delante de la empresa metalúrgica, y los obreros voluntarios se despiertan mutuamente: ¡Levántate, ha llegado el coque! Y yo voy, igual que los demás, con el mismo andar abatido paso por la puerta, enseño mi carnet y me dirijo hacia las duchas, los vestuarios. Veo cómo de la curva sale el trenecito con lingotes candentes de cuarenta y cinto quintales aún sonrosados como las chicas cuando inician las clases de baile; lingotes que parecen capaces de esconder su materia; pero eran de papel pinocho y estaban hinchados por el aire caliente y atados con una cuerda para que no se elevaran como un globo... como aéreos, gráciles e irreales... Pero la locomotora resopla y suelta vapor y, casi de rodillas, con el resto de sus fuerzas pasa a mi lado arrastrando aquella carga de color rosa que me chamusca el pelo y la ropa; yo constato que son toneladas de toneladas de acero, grandes y anchos obeliscos así y así..., pero los veo por un instante con una realidad relativa que enseguida disminuye, y yo al alejarme acelero su disminución, sin que cambie nada de la realidad de aquel trenecito de lingotes... Después me desnudo rápidamente siguiendo el mismo orden de cosas me pongo después una camiseta, después la camisa, después el calzón, después el chándal, después el pantalón, después me calzo las botas, después la zamarra de piel de gato, después los pantalones del mono, después la chaqueta del mono y el blusón, después el delantal y los guantes, y encima el casco; y al igual que los demás obreros salgo a toda prisa a la noche. El lucero del alba, grande pero no mayor que aquella luz verde del tablero de mandos del conductor del autobús, ese lucero del alba brilla en el cielo como inicio de todos los turnos de mañana, pero también como final de todos los turnos de noche. Me giro y veo: por la ladera, a lo lejos, jadea aquel trenecito con cuarenta y cinco quintales de lingotes rosas; ya resulta distinto, pero es el mismo trenecito que hace un rato me ha chamuscado el traje de paisano y el pelo. Ahora, sin embargo, se dirige a Konev, y allí en la ladera es tan pequeñito, no más grande que un tren de juguete del que se tira con una cuerda... Todo depende de la gomita de la perspectiva.

Anuncio una casa donde ya no quiero vivir
Bohumil Hrabal
El Aleph
Traducción de Clara Janés y Jana Stancel

del relato "Hermosa Poldi"
(páginas 124-126)

Sumario
  • Kafkiana
  • Qué gente tan rara
  • El ángel
  • Lingote y lingotes
  • La traición de los espejos
  • El tambor roto
  • Hermosa Poldi

1 comentario:

Enrique Ortiz dijo...

No sé si es nuevo, no lo he visto en mi último paseo a un librería real, pero cuando mayor yo quiero escribir de lo que escribía Hrabal y como escribía Faulkner. Ufff.