Suelo dejar los prólogos de los libros para el final, más que nada porque cuando acabo el libro, como el prólogo está situado al principio, se me olvida leerlo. Odio los prólogos. Te dicen lo que tienes que pensar del libro, te señalan sus virtudes y las páginas en las que tienes que emocionarte. Los prólogos son nocivos, sabihondos, sabiondos, repelentes. Además, suelen estar escritos por expertos y fanáticos de la obra, lo que crea en ésta un efecto similar al que produciría un comediante que empezara así los chistes: ¡Con este os vais a partir de risa!
30 agosto 2007
La geometría... en Lector mal-herido
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