21 marzo 2007

Diarios, 1970


Andy Goldsworthy Rivers and Tides


Un relato de Hemingway que trata principalmente de un joven que forcejea durante cuatro horas con un pez espada. Cuando está a punto de pescarlo, se le rompe el sedal. Hay valentía, resistencia y sangre, el carácter del joven se forja en los rigores del combate. No falta el conocido ritmo de cuatro acentos -"Vivíamos entonces en la casa de la colina"-, que unas veces es bello y otras monótono. Su suicidio sigue siendo un misterio para mí.

16 marzo 2007

Diarios, 1959



Dance with me

Nouvelle Vague + Bande à part + The Lords of The New Church


El retorno de Coverly no está aislado. Ensayaré la muerte de Honora. Recuerdo un sábado de mi niñez cuando fracasaron todos nuestros planes para jugar; la pelota estaba deshinchada y nadie tenía un bombín. Era otoño. Nos encerramos en el granero de los R. e hicimos un concurso para ver quién tenía el pene más largo, y a continuación una orgía, pero cuando terminó me sentí muy culpable y avergonzado, triste y lleno de preocupación. Fui a casa, me comí un emparedado y mi madre me preparó un baño tan caliente que me dejó la piel arrugada y desagradablemente sensible. Mi camisa blanca (demasiado pequeña, mal planchada por el viejo Finn) y mi traje de sarga (también demasiado pequeño) eran como un castigo, y no encontraba las zapatillas de baile. Lo relacioné con mi conducta lasciva de la mañana. Era un castigo. Me encerré en el ropero, me arrodillé y recé tres padrenuestros. Al cabo del tercero vi mis zapatillas en una bolsa que colgaba de un gancho. Una parte de mi oración había recibido respuesta, pero aún sentía terribles remordimientos y, a causa del baño, estaba medio cocido e incómodo. Fui al Templo Masónico con Charlie y llegué cuando empezaba la gran marcha. Hubiera podido huir, pero mi madre presidía la velada y además, con el traje azul, ¿dónde hubiera podido refugiarme? Construían casas en el prado y en el bosque. Pasamos el resto de la tarde empujando a las niñas por el suelo encerado hasta que la luz empezó a desvanecerse detrás de las ventanas, y cuando terminó la clase de baile, acabó el sábado.

Bien dicho, António!



Antonio Lobo Antunes gana el Premio Camoes de Literatura

"Es un placer que se hayan acordado de mi nombre"


Ahora solo falta que se acuerden otros

2 Cheeverianas más



Cheeveriana, cap.9: La olla repleta de oro


Cheeveriana, cap.8: La Navidad es triste para los pobres

14 marzo 2007

"Amor en clima frío" Nancy Mitford



-¿Sabes una cosa, Fanny? -me dijo una vez-. No tiene ni la menor importancia que no puedas vestirte con ropas caras, porque además no tendría sentido. Tú eres como de la familia real, querida. Te pongas lo que te pongas, estás siempre igual. Lo mismo les pasa a los miembros de la realeza.
No me complació demasiado su diagnóstico, pero en el fondo era consciente de que tenía toda la razón. Nunca podría yo dármelas de ir muy a la moda, ni siquiera aunque lo intentase tan en serio como lady Montdore, con mi pelo crespo como el brezo y mi cara redonda y saludable.
Recuerdo que mi madre, en una de sus muy contadas visitas a Inglaterra, me regaló una chaquetilla en paño rojo de Schiaparelli. A mí me pareció sencilla, nada atractiva, de no ser por la etiqueta que llevaba en el forro. Me dieron ganas de ponerla al revés, para que todo el mundo supiera de su procedencia. La llevaba puesta en vez de la chaqueta de punto habitual cuando Cedric vino de visita.
-¡Ajá! -dijo nada más entrar-. Así que ahora vestimos de Schiaparelli. Me pregunto qué vendrá despues.
-¡Cedric! ¿Cómo es posible que lo sepas?
-Querida mía, Uno siempre sabe. Las cosas tienen firma propia, basta con que utilices los ojos y los míos parecen estar acostumbrados a una gama de objetos más amplia que los tuyos: Schiaparelli, Revoux, Fabergé, Viollet le Duc... Siempre lo sé con un solo golpe de vista, literalmente uno solo. Así que tu perversa madre, la Desbocada, ¿ha estado por aquí desde la última vez que vine?
-¿Y no es posible que la haya comprado yo por mi cuenta?
-No, no, querida mía. Tú estás ahorrando para dar una buena educación a tus doce inteligentísimos hijos. ¿Cómo ibas a malgastar veinticinco libras en una chaquetilla?
-¡No me digas! -exclamé- ¿Esto cuesta veinticinco?
-Yo diría que por ahí andará.
-Pues que estupidez. Podría haberla hecho yo misma.
-¿De veras? En tal caso, ¿tú crees que yo habría dicho, sin dudar, que es de Schiaparelli?
-No tiene más de un metro de paño, que costará una libra si es que llega -seguí diciendo, horrorizada por el despilfarro.
-¿Y cuántos metros de lienzo hay en un cuadro de Fragonard? ¿Y cuánto cuestan unas planchas de madera o la piel de una cabritilla, antes de que una persona inteligente las convierta en una cómoda con su espejo o en una encuadernación de marroquinería? El arte no es cuestión de metros, como tampoco Uno es sólo carne y hueso. Por cierto, tengo que avisarte de que Sonia vendrá dentro de un minuto y querrá que se le sirva un té bien fuerte. Al entrar, me he tomado la libertad de hablar con la señora Heathery, aprovechando que soy el amor de su vida. Y he traído algunas magdalenas de la Cadena, que he dejado de su mano.
-¿A qué se dedica ahora lady Montdore? -pregunté a la vez que procedía a ordenar la sala.
-¿En este preciso instante? Está en Parker's, comprándome un regalo de cumpleaños. Se supone que ha de ser una gran sorpresa, pero fui yo antes a Parker's a preparar el terreno. Mucho me sorprendería si la gran sorpresa no es el Repositorio de Ackerman.



Una reseña interesante (y con cotilleos) en ojos de papel y otra más en La Vanguardia

Nancy Mitford
Amor en clima frío
Libros del Asteroide
Traducción de Miguel Martínez-Lage



La gracia de tu estilo se basa en tu renuncia a distinguir entre la cháchara femenina y el lenguaje literario.
Evelyn Waugh

07 marzo 2007

Diarios, 1978

La franqueza absoluta no es una de mis características, pero trataré de tenerla para describir la siguiente sucesión de acontecimientos. Solitario, con la soledad agravada por los viajes, los cuartos de hotel, la mala comida, las presentaciones de libros y la superficialidad de los besamanos, me enamoré de M. en un cuarto de hotel de sordidez inusual. Su aire de seriedad y respetabilidad, las gafas de miope y su apostura serena despertaron en mí un amor profundo, y a la noche siguiente lo llamé desde California para expresarle mis sentimientos. Nos escribimos cartas de amor durante tres meses, y cuando volvimos a vernos, nos quitamos la ropa y nos comimos mutuamente la lengua. Nos encontramos dos veces más, una para pasar unas horas en un motel, la otra para pasar veinte minutos desnudos antes de una comida para directivos a la que yo estaba invitado. Durante un año seguí pensando en él, sumido en el mayor desconcierto. Creía que se me había revelado la homosexualidad y que iba a tener que pasar el resto de mi vida en triste convivencia con un hombre. Mi vida apareció ante mí retratada como una impostura sexual. Hace poco, cuando volvimos a encontrarnos, corrimos al dormitorio más próximo, bajamos los pantalones del otro, asimos la polla del otro y tragamos la saliva del otro. Me corrí dos veces, la segunda en su boca, y creo que fue el mejor orgasmo que tuve en un año. A petición suya pasamos la noche juntos, y creo que descubrí con verdadero placer que ninguno de los dos estaba destinado a agotar los papeles que representábamos. Recuerdo la aguda falta de interés con que contemplé su desnudez por la mañana, cuando volvió de mear. Era sólo un hombre de polla pequeña, dos cojones y un culito apto para apoyarlo en una silla o en una taza de retrete. En este sentido, las recordadas exacciones de las mujeres cumplían el mismo papel. No sentía el menor deseo de saber si había llegado al orgasmo. Me senté a cagar con la puerta abierta, ronqué y me tiré pedos con tranquilidad y buen humor, lo mismo que él. Me encantaba sentirme libre de la censura y la responsabilidad que había sentido con algunas mujeres. Si tenía ganas, podía retozar con él, introducirle la polla en la boca y quejarme del mal olor de sus calcetines. Estaba resuelto a no permitir que una sociedad procreadora destruyera este amor. Al comer con unos amigos que hablaban de su tediosa carrera libertina, pensaba: soy gay, soy gay, por fin me he liberado. Duró poco tiempo.

O. V. Wright

02 marzo 2007

The Danish Poet



Oscar al Mejor Cortometraje Animado. Dirigido por Torill Kove

The Danish Poet cuenta la historia de Kasper, un poeta que buscando inspiración viaja a Noruega para conocer a Sigrid Undset (una de esas Nobel olvidadas)
un pequeño video clip aquí (ya no está en google video ni en youtube a petición de la academia)