10 septiembre 2006

Teoría y práctica de los domingos (por A. L. Antunes)

¿Por qué son tan largos los domingos, Filomena? No tengo que estar a las nueve en la Compañía, no tienes que estar en la guardería a las ocho y media, nos levantamos más tarde, desayunamos en el café, compramos los periódicos, alquilamos dos películas en el videoclub

(una policial como a mí me gusta, una romántica como tú prefieres)

nadie da órdenes, nadie nos exige nada, nadie nos fastidia, y no obstante ¿por qué son tan largos los domingos, Filomena, por qué motivo es siempre la misma hora en el reloj, por qué razón me apetece tanto cualquier cosa que no sé qué es en vez de quedarme contigo? Gustándome como me gustas, te lo juro, debería sentirme bien y no es así, no es malestar, no es angustia, es una sensación vaga, una insatisfacción, una inquietud que no entiendo y sin embargo no me veo solo, no me veo sin ti, me gusta tu cara, tu cuerpo, me casé contigo por amor, ¿por qué son tan largos los domingos, Filomena?

No tiene nada que ver con el barrio, el barrio me gusta, no tiene nada que ver con el piso, tres habitaciones alcanzan y sobran y además tenemos la terrazas, las vistas, Queluz, el río, los barcos, si nos apetece vamos a Sintra o a Cascais, al cine en Amoreiras, vamos a ver tiendas, vamos a Cacém a jugar a las cartas con tu hermano y su mujer, tu hermano despatarrado en el sofá, sin afeitarse, con la mano en el mentón, aburridísimo, cambiando de canal y comiendo palomitas de un cartucho y su mujer en la cocina ahuyentando a sus hijos y planchando camisas. ¿También serán largos los domingos para ellos, Filomena? Tú te metes en la cocina a conversar, yo acepto palomitas y miro las fotografías del crucero que hicieron en agosto a Tánger.

(personas sonrientes cenando con un vaso de vino en alto, un baile a bordo, tu hermano con un sombrero rarísimo en la cabeza, dándole el brazo a un árabe con bigote)

tu hermano a mí, señalando las fotografías y cambiando al canal de deportes

-Me he aburrido como una ostra, Alfredo

tú desde la cocina

-Ven un momento, mi amor

para mostrarme el microondas nuevo, para mostrarme un aparato eléctrico de moler no sé qué

-En noviembre, con la paga de Navidad compraremos uno igual, mi amor

tu hermano desde dentro, con la boca atiborrada de palomitas

-Están pasando el partido de tenis, Alfredo

el piso de ellas es la mitad del nuestro, un sótano, delante de la parrilla, con los pollos en el asador que entran, chorreando salsa, por la ventana de la sala, los pollos que parecen señoras gordas desnudas con las rodillas en el pecho y yo pensando en lo largos que son los domingos, Filomena, que lleguen las cuatro de la tarde se hace eterno, es un martirio y no entiendo por qué dado que me gustas, ni siquiera soy infeliz, no soy infeliz, te lo juro, es algo extraño, un aprieto, una congoja molesta, no sé lo que quiero pero sé que no es esto lo que quiero, este túnel de horas, este sillón magnífico durante la semana e incómodo el domingo donde no consigo sentarme, donde no sé cómo ponerme. Y a las siete a casa de tus padres en Massamá, tu madre aburridísima cambiando de canal y comiendo palomitas, la perra casi ciega que ladra a mis tobillos, tu padre, temblando de entusiasmo por encima del bastón que le sirve de columna vertebral desde que le dio el ataque, tu padre con delantal, radiante

-Fui yo quien preparó la cena, fui yo quien preparó la cena.

A las diez de la noche, de Massamá a Queluz es un instante. Hay siempre un lugar para estacionar el coche en la esquina justo después de la carnicería, los árboles vuelven a ponerse bonitos con el lunes que se acerca, las agujas del reloj comienzan a girar, la idea de volver a la Compañía que me deprimirá a partir del martes me entusiasma, la sala se ha vuelto de repente agradable, los floreros, los bambués, el cuadro de la negra con su hijo a cuestas, vuelvo a tener ganas de darte la mano, de besarte, tal vez te dé la sorpresa de comprarte la moledora para tu cumpleaños. Mientras me lavo los dientes, en pijama, con los pies descalzos encogidos por causa del frío de las baldosas, te oigo llamarme desde la cama

-Alfredo

y me olvido de los domingos, de lo largos que son los domingos, de la insatisfacción, de la inquietud, de la incomodidad, me acuesto a tu lado lo más deprisa que puedo con el cepillo de dientes en la boca, Julio Iglesias suena bajito en la radio del despertador, comprendo con mucha más fuerza que te quiero, comprendo que te quiero para siempre y que puede ser que logremos sobrevivir a las palomitas de Cacém, a la comida de Massamá y a los relojes inmóviles, que logremos sobrevivir a las tiendas de Amoreiras y a los cruceros a Tánger. A fin de cuentas, sólo hay un domingo por semana ¿no?, lo que hay que meterse en la cabeza es que sólo hay un domingo por semana, sólo hay un domingo por semana, Filomena, la miseria de un domingo de nada por semana. Me gusta tu camisón de encajes, me gusta el olor de tu cuello, me gustan tus piernas enredándose en las mías. El microondas de tu cuñada tampoco es tan caro

-Una ganga, mi amor

un insignificante domingo por semana y seis enormes días enteros para ser feliz.



Libro de crónicas

António Lobo Antunes

Siruela, 2001
Traducción de Mario Merlino

2 comentarios:

Enrique Ortiz dijo...

me ha encantado, sin gustarme Lobo Antunes. Tan sólo quería mandarte un saludo.

MV dijo...

No puede ser... No me creo que no te guste Antonio... A ver si con el siguiente post -de nadador a Nadador- lo solucionamos.