Sí, novelas, pues no voy a adoptar esa poco generosa y poco política costumbre, tan común en los que escriben novelas, de denigrar con su despectiva censura las mismas manifestaciones cuyo número están ellos mismos incrementando, haciendo frente común con sus mayores enemigos al lanzar los más duros epítetos contra tales obras y no permitiendo casi nunca que las lea su propia heroína, la cual, si por casualidad coge una en sus manos, siempre hojeará sus insípidas páginas con desprecio. Porque ¡ay!, si la heroína de una novela no es defendida por la de otra, ¿de quién puede esperar protección y consideración? ¿Cómo no vamos a sublevarnos contra esto? Dejemos que los periodistas censuren a sus anchas tales efusiones de la fantasía y ante cada nueva novela repiten los manidos y tontos argumentos con que la prensa gruñe en la actualidad. No nos engañemos ante nosotros: somos un cuerpo vituperado. Aunque nuestras producciones han gustado a más gente de modo esponta´neo que las de cualquier otra corporación literaria del mundo, ningún otro tipo de literatura ha sido tan criticado. Por causa del orgullo, la ignorancia o las modas, nuestros enemigos son casi tan numerosos como nuestros lectores, y mientras que el talento del enésimo compilador de la Historia de Inglaterra, o de quien reúne en un volumen y publica una docena de líneas de Milton, de Pope y de Prior con un artículo del Spectator y un capítulo de Sterne, recibe los elogios de un millar de plumas, parece existir un deseo casi general de criticar la capacidad del novelista, menospreciar su obra y restar mérito a los escritos de quienes no tienen otra recomendación que su inventiva, su buen gusto y su genio. "No soy yo lector de novelas..." "Rara vez leo novelas..." "No vaya usted a creer que yo leo novelas..." "No está nada mal para ser una novela..." Tales son los tópicos más frecuentes. "Y ¿qué está usted leyendo, señorita...?", "Bah, ¡no es más que una novela!", replica la joven dejando a un lado el libro con afectada indiferencia o momentánea vergüenza. No es más que Cecilia, Camilla o Belinda: en resumidas cuentas, no es más que una obra en la que se manifiestan las más nobles facultades del espíritu, una obra que transmite al mundo el más profundo conocimiento de la naturaleza humana, la más acertada descripción de sus variedades, las más animadas muestras de ingenio y de humor con el lenguaje más escogido. Ahora bien, si la misma joven hubiera sido sorprendida leyendo un tomo del Spectator en lugar de tal obra, ¡con qué orgullo habría mostrado el libro y pronunciado su nombre! Aunque existen pocas probabilidades de que una joven se interese lo más mínimo por esa intrincada publicación, cuyo contenido y estilo no pueden sino desagradar a los jóvenes de buen gusto, al consistir lo esencial de sus artículos en la exposición de circunstancias improbables, personajes poco naturales y temas de conversación que ya no interesan a nadie que esté vivo, y todo ello en un lenguaje a menudo tan tosco que produce una impresión muy poco favorable de la época que pudo soportarlo.
La abadía de Northanger
Jane Austen
ALBA, 2006
Traducción: Guillermo Lorenzo
Jane Austen
ALBA, 2006
Traducción: Guillermo Lorenzo