21 noviembre 2006

Cheever&Lindbergh&Roth


Anoche fui a ver antiguos noticiarios cinematográficos sobre Charles y Anne Lindbergh. Un joven que parece tener la audacia de un joven; para quien el mundo es un desafío fácil de afrontar.Como B. M., audaz y necio. El vuelo trascendente, la sensación de ocupar una posición casi sobrenatural. La recepción en Le Bourget. La adulación de la ciudad de París. Fotografías en el balcón de la embajada. Directo, con dominio de sí. Fotografías en el barco que lo trajo de vuelta. La entrada en el puerto de Nueva York, una celebración mayor que la del final de la guerra.. Las impulsivas tormentas de papel que nunca se volverían a repetir.
Se enamora de Elisabeth Morrow. La muerte de ésta. La muerte de ésta. Pero mucho antes, Anne; se enamora de ella. Debía de ser una mujer tímida. La boda.
Los viajes en avión. El primer hijo. El pervertido alemán. Casi una perversión de la época. Una locura. Secuestra al hijo, lo mata insensata y cruelmente. Imágenes conmovedoras del niño durante la identificación. Un niño hermoso. El testimonio impasible de L., su decisión de matar al pervertido. Las extrañas simpatías divididas de la prensa. La tristeza de Anne. La muerte de Hauptmann. El nacimiento de otro niño.
El aislamiento de ambos. La infelicidad común. La imposibilidad de divorciarse. La intensificación de la desdicha. El hombre ha envejecido, pero conserva la serenidad y la franqueza de la juventud. Simpatiza con el fascismo, con una élite. Y ella: sus sensaciones son muy distintas, es muy poco lo que se atreve a decir. Hablar con ella hoy: ojos agradables, boca torcida. La tensión ha dejado huellas en su cara. La sensación de estar hablando con Antígona. Un final de tragedia obscena: ella se enamora de un hombre parecido all que mató a su primogénito.
Sería un relato cruel e indiscreto; en cierto sentido, imposible, ya que es difícil encontrar algo, lo que sea, comparable a la travesía del Atlántico. Pero, por decir una trivialidad, parece que aquí nos separamos de Flaubert, porque a diferencia de la Francia de su época, tenemos una jerarquía de semidioses y héroes; son parte vital de nuestras vidas y deberían serlo de nuestra literatura. Si puediera sembrar los campos con una tragedia periodística. Son personajes públicos. La tragedia es pública. Se les conoce. Consideran la publicidad y la intimidad desde el punto de vista de dos soberanos gobernantes. Cuando cierran las puertas de la casa de Englewood, es como se cierran las puertas en Edipo y Medea. Nos dejan afuera.

Diarios, 1952

LA CONJURA CONTRA AMERICA
PHILIP ROTH
Mondadori
496 pgs
Los resultados de las elecciones de noviembre ni siquiera estuvieron igualados. Lindbergh consiguió el cincuenta y siete por ciento del voto popular y, con un triunfo aplastante, ganó en cuarenta y siete estados. Los únicos donde perdió fueron Nueva York, el estado natal de FDR, y, tan sólo por dos mil votos, Maryland, donde la gran población de funcionarios federales votó abrumadoramente por Roosevelt, mientras que el presidente pudo retener –como no le fue posible en ningún otro lugar por debajo de la línea Mason-Dixon– la lealtad de casi la mitad de los votantes demócratas del viejo sur. Aunque a la mañana siguiente a las elecciones predominaba la incredulidad, sobre todo entre los encuestadores, el día después todo el mundo pareció entenderlo todo, y los comentaristas de radio y los columnistas de la prensa presentaron la noticia como si la derrota de Roosevelt hubiera estado predeterminada. Según sus explicaciones, lo ocurrido era que los norteamericanos no habían sido capaces de romper con la tradición de los dos mandatos presidenciales que George Washington había instituido y que ningún presidente antes de Roosevelt se había atrevido a cuestionar. Por otro lado, después de la Depresión, la renaciente confianza tanto de jóvenes como mayores se había visto estimulada por la relativa juventud de Lindbergh y su aspecto elegante y atlético, en tan marcado contraste con los serios impedimentos físicos con los que FDR cargaba como víctima de la poliomielitis. Y estaba también el prodigio de la aviación y el nuevo estilo de vida que prometía: Lindbergh, que ya era el dueño del aire y había batido el récord de vuelo de larga distancia, podía conducir con conocimiento de causa a sus compatriotas al mundo desconocido del futuro aeronáutico, al tiempo que les garantizaba con su conducta puritana y anticuada que los logros de la ingeniería moderna no tenían por qué erosionar los valores del pasado. Los expertos llegaron a la conclusión de que los norteamericanos del siglo XX, cansados de enfrentarse a una crisis cada década, ansiaban la normalidad, y lo que Charles A. Lindbergh representaba era la normalidad elevada a unas proporciones heroicas, un hombre decente con cara de honradez y una voz normal y corriente que había demostrado al planeta entero, de un modo deslumbrante, el valor para ponerse al frente, la fortaleza para moldear la historia y, naturalmente, la capacidad de trascender la tragedia personal. Si Lindbergh prometía que no habría guerra, entonces no la habría: para la gran mayoría de la población era así de sencillo.

Continuar leyendo fragmento de La conjura contra América

Leer entrevista a Philip Roth en El Cultural a propósito de la publicación en España de "La conjura contra América"

1 comentario:

El Miope Muñoz dijo...

Que bonito!