12 junio 2006

DIARIOS, 1952

Despierto antes del amanecer, cansado y lleno de buenas intenciones. No beberás. No harás esto ni aquello, etcétera, etcétera. Crece el canto de los pájaros: aleteos de palomas y cardenales. En medio del ruido me ha parecido oír un loro. "Pedrrito quierre comerr". Me he levantado cansado y cogí el de las 7:44. El río cubierto de bruma. Las voces oídas por encima. "Bueno, primero lo hirvió y después lo asó." El hombre alza la cara y adoptó una actitud de beatitud, como si saboreara otra vez la cena de anoche. "Bueno, pues tenemos uno de esos asadores eléctricos." "No, Nueva York no se parece en absoluto a Chicago; ni punto de comparación." Un cartel en la calle Veintitrés: "NO PIERDA A SU PAREJA POR CULPA DE LA GRASA". Un escaparate lleno de crucifijos de plástico. La superficie de la ciudad es paradójica. Es una superficie reconfortante para los espíritus forjados a base de paradojas. En el sillón del dentista, vuelvo a pensar que soy como el prisionero que trata de escapar de la cárcel por una ruta equivocada. Sin comprobar si la puerta está abierta, sigo cavando el túnel con una cucharilla. Ay, pienso, si pudiera saborear un poco de éxito. Pero ¿me aproximo al éxito ahondando el pozo en que estoy? Por las mañanas, dormida, Mary parece la joven de la que me enamoré. Sus redondos brazos sobre el cobertor. El pelo castaño, suelto. La cualidad perdurable de la seriedad y la pureza.

1 comentario:

El Miope Muñoz dijo...

Cheever es delicioso. Puede ponerse como naturalista, pero haga lo que haga, escriba lo que escriba, es un resplandor de inteligencia, de viveza, de literatura en estado puro. Gracias por el enlace.

¡Un saludo! Y magnífico blog.