Janie tuvo la astucia de comprender, cuando llegó allí, para qué servían las zonas residenciales. De niña nunca fue libre en la ciudad, nunca estuvo suelta como los chicos. Pero en Manhasset encontró su frontera. Había vecinos al lado, pero no tan cerca como en la ciudad. Cuando volvía a casa al salir de la escuela las calles estaban desiertas. Se parecía a los pueblos del viejo Salvaje Oeste. No había nadie a su alrededor. Todo el mundo estaba ausente. Así pues, hasta que regresaban a casa en el tren, ella tenía una pequeña explotación, una función secundaria en marcha. Treinta años después, una Janie Wyatt degenera en una Amy Fisher, la llamada Lolita de Long Island, que "reparaba" servilmente por su cuenta al mecánico de automóviles, pero Janie era brillante y una organizadora nata, indómita, desvergonzada, una surfista descarada que se subía a las corrientes del cambio. Las zonas residenciales, donde las muchachas, a salvo de los peligros de la ciudad, no tenían que ser puestas a buen recaudo, donde los padres no estaban demasiado preocupados en todo momento, las zonas residenciales eran la escuela particular para señoritas que les enseña a moverse en la vida social. Las zonas residenciales constituían el ágora para que floreciera su educación en lo no autorizado. La disminución de la vigilancia, la cesión gradual de espacio a todas aquellas chicas a las que el doctor Spock había dotado de los instrumentos para la desobediencia... y floreció, desde luego. Se descontroló.
El animal moribundo
Philip Roth
pág. 66
Alfaguara, 2002
Traducción: Jordi Fibla
1 comentario:
Magnífico Roth, y fetichista primera página.
PD: Dese un garbeo por mi blog he encontrado El Nadador de Cheever interpretado por muñecos de star wars.
¡Un saludo!
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